Nota: Artículo diseñado solo para personas inteligentes. Advertencia: requiere pensar.
Si Silvio Rodríguez supiera cuánto se parece su “mujer con sombrero” a la Cuba de hoy, probablemente habría agregado un verso sobre el humo de las ollas vacías o el sonido de las cacerolas que no ven carne desde el milenio pasado. Porque, honestamente, esta canción no solo nos representa, sino que parece un himno no oficial para la tragicomedia nacional.
Imaginen por un momento a Cuba: “bella locura” perdida entre el delirio de las promesas incumplidas y el polvo, literal, de las calles llenas de baches que ni los carros chinos saben sortear. Esa “mujer innombrable” huyendo como una gaviota podría ser cualquiera de nosotros: desde el vecino que ya sacó el pasaje en una balsa improvisada hasta el primo que paga su visa de turista sabiendo que no va a volver ni aunque le recen a Ochún.
La luz que vacila (y el alumbrado público que desaparece)
“Veo una luz que vacila y promete dejarnos a oscuras.” Silvio, ¿cómo supiste que hablábamos de los apagones? Porque si algo define a esta Cuba es esa luz que nunca está segura de quedarse. Es como si la electricidad tuviera una relación tóxica con nosotros: viene, se va, vuelve, pero nunca cuando la necesitas. Mientras tanto, el refrigerador llora, el ventilador agoniza y el pueblo jura que no va a soportar otro verano así… pero lo soporta.
La diferencia es que ahora, además de los apagones, nos encontramos con una economía que también vacila y promete dejarnos en la oscuridad total. ¿Qué más podemos esperar de un sistema donde las decisiones parecen tomadas por ese mismo perro que le ladra a la Luna? Sí, ese perro del que habla la canción, que aquí sería la metáfora perfecta para los debates vacíos en los que ladramos sin llegar a nada.
El delirio y el polvo: Cuba como un cuadro de Chagall
Una mujer con sombrero “corrompiéndose al centro del miedo.” ¿Qué más gráfico que eso? Pero en lugar de sombrero, pongámosle una libreta de abastecimiento. En lugar de miedo, pongámosle resignación. Porque aquí ya no tememos al futuro, simplemente asumimos que no hay.
El polvo del que habla Silvio no es metafórico. Es el que respiramos cada día mientras esquivamos los huecos de las calles o barremos los escombros de la última «reparación» que dejó todo peor que antes. Y el delirio, bueno, el delirio está en cada discurso donde se promete prosperidad mientras el pan de la bodega sigue siendo un chiste de mal gusto.
Amores cobardes y decisiones más cobardes aún
“La cobardía es asunto de los hombres, no de los amantes.” ¡Qué suerte que aquí tengamos tantos amantes! Porque lo que son los hombres encargados de tomar decisiones, esos sí que han hecho de la cobardía un arte. ¿Cómo se puede ser tan valiente para inventar excusas y tan cobarde para enfrentar la realidad? Es un misterio digno de un documental de Netflix.
Mientras tanto, el pueblo, ese que no tiene tiempo para cobardías, sigue inventando. Inventando para comer, para moverse, para sobrevivir. Pero claro, si tienes un gobierno que prefiere importar limones de otro continente antes que sembrarlos aquí, ¿qué puedes esperar? Inventar es nuestra única opción porque, literalmente, nadie está pensando en nosotros.
El perro que ladra y el país que se hunde
Cuba es como ese perro que ladra a la Luna: llena de energía para quejarse, pero sin capacidad para cambiar nada. Y la Luna, indiferente, sigue allá arriba, brillando para otros mientras nosotros nos quedamos abajo, lidiando con las colas del pan y los precios del aceite como si fueran un castigo bíblico.
¿Qué tal los discursos? Esos ladridos que prometen más que la Luna misma. Cada año escuchamos lo mismo: “Hay que resistir, hay que avanzar, hay que confiar.” Mientras tanto, el salario mínimo no alcanza ni para comprar una pizza, y las farmacias parecen museos de lo que alguna vez tuvimos.
Llorar por nosotros y por ella
“Entonces lloraba por mí, y ahora lloro por verla morir.” ¿No es esta línea el resumen perfecto de la relación de cualquier cubano con su país? Antes llorábamos porque no había suficiente, porque no podíamos más, porque el futuro parecía incierto. Ahora lloramos porque todo parece tan irremediable que no queda otra cosa por hacer.
Pero ojo, aquí no estamos hablando de rendirnos. Porque si algo hemos aprendido es que, incluso cuando todo parece perdido, siempre hay alguien vendiendo maní en la esquina con una sonrisa o un vecino dispuesto a compartir lo que no tiene. Cuba, como esa mujer con sombrero, está moribunda pero no muerta. Y mientras haya un cubano dispuesto a reírse en la peor de las circunstancias, no estará completamente derrotada.
Lo que nos queda (además del sarcasmo)
Nos queda la ironía, porque si algo no han logrado quitarnos es el humor. Nos reímos del absurdo, de las colas interminables, de los apagones y hasta de nuestras propias desgracias. ¿Qué otra cosa podemos hacer cuando el futuro parece tan incierto como el horario de la electricidad?
Nos queda la poesía, porque aunque el país se caiga a pedazos, aquí siempre habrá alguien con una guitarra dispuesto a cantarle a la vida. Y nos queda, sobre todo, la esperanza. Esa esperanza terca que nos hace creer que algún día seremos más que una canción triste.
Así que, amor, cuidado. Todavía te podemos cantar tu canción. Y aunque ladremos a la Luna y vivamos entre el polvo y el delirio, seguimos aquí. No por cobardía, sino porque creemos que esta mujer con sombrero, esta isla corrompida por el miedo, todavía puede encontrar su camino. Y si no, al menos podemos escribirle canciones sarcásticas mientras tanto.