En una reciente visita de trabajo al municipio de Nuevitas, en la provincia de Camagüey, las imágenes del Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) en Camagüey, junto al Gobernador de la provincia y otros funcionarios, han dado mucho de qué hablar en las redes sociales y en la opinión pública cubana. No es la primera vez que se nota, pero la disparidad entre los cuerpos bien alimentados de los dirigentes y la realidad del cubano común nunca había sido tan evidente.
En la fotografía, que se ha viralizado en redes, se observan a estos dirigentes, miembros del Comité Central del PCC, con cascos de seguridad durante su recorrido, supervisando los trabajos en curso en la localidad. Lo que ha causado mayor revuelo no es el objetivo de la visita, sino la imagen que presentan estos líderes: robustos, rozagantes y claramente ajenos a las privaciones que sufre gran parte de la población. Mientras tanto, el pueblo, sumido en una crisis económica que se agudiza cada día, lucha por subsistir entre la escasez de alimentos, medicinas y otros productos básicos.
Resulta irónico que en un país donde el discurso oficial enfatiza constantemente la necesidad de sacrificios, la austeridad, y la resistencia frente al “bloqueo”, los rostros y cuerpos de los líderes políticos cuenten otra historia. No se puede ignorar que mientras el cubano de a pie debe enfrentar largas colas para obtener un poco de pollo, o racionar lo poco que consigue para alimentar a su familia, quienes están en posiciones de poder parecen no conocer el significado de pasar hambre o de privarse de algo.
Es casi como si uno de los requisitos implícitos para ascender en las filas del poder en Cuba fuese ganar una considerable cantidad de peso en un plazo de seis meses. Esta situación no solo refleja un abismo entre los gobernantes y los gobernados, sino que también evidencia un problema más profundo: la desconexión de la élite política con las necesidades y sufrimientos del pueblo que dicen representar.
La contradicción es flagrante. En discursos públicos, estos mismos dirigentes se dirigen al pueblo con palabras de sacrificio y esperanza, exhortando a la población a mantener la disciplina y la unidad en medio de las dificultades. Sin embargo, sus propios cuerpos, visibles en las fotografías, parecen gritar lo contrario. Parecen exponer que para ellos, el sacrificio es un concepto abstracto, reservado para las masas, mientras que la realidad de su día a día es mucho más cómoda y, evidentemente, bien alimentada.
Las cifras oficiales de producción y abastecimiento, que rara vez se corresponden con la realidad, se ven reflejadas en las mesas de los dirigentes, donde nunca falta lo esencial, y mucho menos lo superfluo. Esta disparidad alimenta un sentimiento de frustración y resentimiento entre la población, que ve cómo los líderes que deberían compartir sus penurias y encabezar con el ejemplo, viven en una realidad paralela.
El contraste es tan evidente que la sola observación de estas imágenes hace que muchos se pregunten cómo es posible que estos líderes, quienes supuestamente deberían estar al frente de las dificultades, pueden mantener un estado físico tan opulento en medio de una situación de crisis prolongada. ¿Acaso el acceso privilegiado a alimentos y recursos es uno de los beneficios implícitos del poder? ¿Dónde queda el compromiso de los dirigentes de compartir las penurias del pueblo?
Esta fotografía no es solo una imagen más, sino un reflejo de la disonancia entre el discurso oficial y la realidad cotidiana. Es un recordatorio de que los sacrificios que se exigen al pueblo parecen ser un concepto teórico para quienes, con estómagos llenos y cuerpos bien nutridos, continúan dirigiendo un país donde la mayoría lucha por encontrar algo para llevar a la mesa.
El pueblo cubano, resiliente y combativo, merece algo más que discursos vacíos y ejemplos tan visibles de desigualdad. Merece líderes que comprendan que el sacrificio no es solo una palabra para ser repetida en los discursos, sino una realidad que deben compartir y enfrentar junto a aquellos a quienes dicen representar. De lo contrario, la distancia entre gobernantes y gobernados solo seguirá creciendo, alimentada por imágenes que, como esta, hablan más fuerte que mil discursos.