Las recientes declaraciones del líder opositor José Daniel García Ferrer han provocado una profunda reflexión sobre el futuro político de Cuba y la forma en que se debe manejar una eventual transición hacia un sistema democrático. Su postura es clara: en cualquier cambio político que ocurra en la isla, será imprescindible contar con todas las corrientes de pensamiento, incluyendo a quienes se identifican con la ideología comunista.
Este planteamiento puede resultar incómodo para algunos sectores de la oposición, que consideran que el comunismo, por su historia y su impacto en el país, no debería tener cabida en una nueva etapa. Sin embargo, Ferrer advierte sobre un punto crucial: más del 30% de la población cubana podría mantener su afinidad con el comunismo, ya sea por convicción ideológica o por décadas de formación en un sistema que ha moldeado su forma de pensar.
Ignorar este hecho, según Ferrer, sería un error estratégico y una muestra de ceguera política. La realidad es que ningún cambio sostenible puede construirse sobre la exclusión de una parte significativa de la sociedad. Intentar apartar a quienes tienen una visión distinta solo conduciría a una nueva forma de polarización y conflicto, en lugar de generar las bases para un país verdaderamente plural y democrático.
El peligro de repetir los errores del pasado
La historia de las transiciones políticas en distintos países demuestra que la exclusión de sectores ideológicos, en lugar de fortalecer la democracia, muchas veces alimenta nuevos ciclos de inestabilidad. Un cambio político basado en la venganza o en la marginación de un grupo solo perpetuaría la lógica del enfrentamiento y haría inviable la construcción de un modelo que garantice estabilidad a largo plazo.
José Daniel García Ferrer entiende que la única manera de lograr un cambio real en Cuba es asegurando que todas las voces puedan participar del debate público sin temor a represalias. Para ello, propone un enfoque pragmático: trabajar en conjunto con todas las corrientes políticas que estén dispuestas a jugar dentro de un marco democrático. No se trata de simpatizar con el comunismo ni de olvidar el daño que muchas de sus políticas han causado, sino de aceptar que, en una sociedad libre, cualquier ideología debe poder expresarse y competir en igualdad de condiciones.
En su mensaje, Ferrer es claro: no es sensato caer en la confrontación eterna entre bloques opuestos. La política no debe ser un campo de batalla donde solo uno de los bandos tenga derecho a existir, sino un espacio donde todas las ideas tengan cabida siempre que respeten los principios democráticos y las libertades individuales.
La necesidad de una transición incluyente
Uno de los puntos más interesantes en las palabras de Ferrer es su llamado a la unidad. Menciona la necesidad de que liberales, conservadores, socialdemócratas y democristianos trabajen juntos para construir una nueva etapa en la historia del país. Pero su visión va más allá: incluso si un comunista acepta un modelo democrático con instituciones fuertes y la posibilidad de alternancia en el poder, él estaría dispuesto a trabajar con él.
Este planteamiento rompe con el discurso tradicional de muchos opositores que consideran imposible cualquier tipo de entendimiento con quienes han defendido el comunismo en el país. Sin embargo, Ferrer insiste en que la democracia no se construye excluyendo, sino asegurando que todas las ideas puedan ser debatidas en un marco de igualdad.
La clave de esta propuesta es que no basta con querer un cambio, sino que hay que diseñar un modelo donde ese cambio sea viable. Si la transición hacia una nueva etapa en Cuba se basa en la eliminación de adversarios políticos en lugar de la inclusión, el resultado será una sociedad fragmentada y condenada a repetir los mismos errores que han marcado su historia reciente.
El desafío del comunismo en un sistema democrático
Uno de los grandes interrogantes que plantea la visión de Ferrer es si en Cuba podría existir un comunismo que respete las reglas del juego democrático. En varios países europeos, hay partidos comunistas que participan en la política sin socavar las instituciones ni impedir la alternancia en el poder. Sin embargo, en el caso cubano, la historia del comunismo ha estado directamente vinculada a la imposición de un sistema único.
Si un sector comunista aspira a formar parte de la nueva realidad política del país, debe demostrar que está dispuesto a competir de manera justa, aceptar la diversidad de opiniones y respetar la libertad de expresión. De lo contrario, se mantendría la misma estructura de pensamiento único que ha limitado la evolución de la sociedad cubana durante décadas.
Para Ferrer, el reto no es erradicar una ideología, sino asegurarse de que ninguna se imponga de manera absoluta sobre las demás. No se trata de borrar el comunismo de la isla, sino de garantizar que cualquier visión política esté sometida a la voluntad del pueblo y no a la imposición de un grupo sobre los demás.
Un camino difícil, pero necesario
El mayor desafío en cualquier proceso de transición es lograr que las diferencias ideológicas no se conviertan en un obstáculo para la estabilidad del país. La propuesta de José Daniel García Ferrer es un llamado a la sensatez y al pragmatismo: la Cuba del futuro no puede basarse en la exclusión, sino en la capacidad de sus ciudadanos para convivir y construir juntos un modelo donde las libertades sean el eje central.
Ignorar esta realidad sería una estrategia peligrosa. Un cambio político que no contemple la diversidad de pensamiento está condenado al fracaso. Ferrer plantea una idea incómoda, pero necesaria: no se puede aspirar a la democracia aplicando las mismas tácticas que se han criticado durante décadas. Si se quiere un país libre, ese país debe serlo para todos, incluso para aquellos que piensan diferente.
El futuro de Cuba dependerá de la capacidad de sus ciudadanos para entender que la democracia no es solo un concepto, sino un compromiso con la pluralidad y la inclusión. Ferrer lo ha expresado con claridad: la solución no es perpetuar la confrontación, sino abrir espacios donde todas las voces tengan cabida y donde las ideas se enfrenten en el terreno del debate, no en el de la imposición.