Un nuevo episodio protagonizado por Sandro Castro, nieto del fallecido líder cubano Fidel Castro, ha generado una ola de críticas y malestar en redes sociales, luego de que se difundiera un video en el que aparece abordando una guagua en La Habana mientras se burla de los pasajeros, entre ellos una señora mayor. Las imágenes han sido interpretadas como una muestra de desprecio hacia la realidad cotidiana del ciudadano común, lo que ha encendido el debate sobre el comportamiento público de quienes provienen de familias con gran visibilidad histórica.
El video, compartido ampliamente en plataformas digitales, muestra a Castro recorriendo el pasillo del ómnibus entre risas y comentarios sarcásticos. La escena, aparentemente grabada como un intento de comedia o provocación, ha sido percibida por muchos como una falta de respeto, especialmente considerando las difíciles condiciones del transporte público en la capital cubana, caracterizado por largas esperas, hacinamiento y deterioro de la infraestructura.
Sandro Castro ya ha estado en el centro de la polémica en ocasiones anteriores, tras publicar en sus redes sociales imágenes que exhiben un estilo de vida ostentoso, con vehículos de lujo, fiestas exclusivas y accesos a bienes fuera del alcance de la mayoría de los cubanos. Sin embargo, el tono de este nuevo video ha generado una reacción particularmente enérgica, debido al contraste directo entre su actitud y la realidad que enfrentan millones de personas a diario.
Numerosos usuarios han expresado su indignación no solo por el gesto en sí, sino por lo que representa en términos de desconexión social. “Personas como él deberían tener un compromiso ético mayor con la población”, escribió un internauta, reflejando el sentir de muchos que consideran que quienes han crecido bajo los privilegios del poder deberían ser ejemplo de humildad, respeto y responsabilidad cívica.
En una sociedad donde la empatía y la sensibilidad social son más necesarias que nunca, actitudes como la de Sandro Castro refuerzan la percepción de una brecha entre determinados círculos de poder y la ciudadanía común. Más allá de la anécdota viral, lo ocurrido interpela directamente la conducta pública de figuras visibles que, por su historia familiar, deberían representar valores constructivos y no convertirse en protagonistas de escenas que hieren la dignidad del pueblo.
Aunque no se han emitido declaraciones oficiales al respecto, el episodio ha servido como catalizador de una conversación más amplia sobre la necesidad de coherencia entre el discurso público y las acciones personales. Y sobre todo, sobre la urgencia de que quienes gozan de visibilidad y oportunidades excepcionales actúen con la madurez y el respeto que esa posición demanda.