Washington, D.C. — En una decisión judicial de alto perfil que subraya las tensiones crecientes en la política migratoria de Estados Unidos, la jueza federal Paula Xinis, del Distrito de Maryland, ordenó al Gobierno que devuelva al país, antes de la medianoche del próximo martes, a un ciudadano salvadoreño deportado por error a pesar de contar con protección legal contra su expulsión.
El caso involucra a Kilmar Armando Ábrego García, padre de tres hijos residentes en Maryland, quien fue repatriado a El Salvador por autoridades migratorias estadounidenses a pesar de tener pendiente una suspensión de deportación dictada por un juez. La administración de Donald Trump, en su segundo mandato, reconoció que la expulsión fue producto de un “error administrativo”, aunque inicialmente alegó que no podía repatriarlo debido a que Ábrego se encontraba bajo custodia de las autoridades salvadoreñas.
La jueza Xinis, visiblemente preocupada durante la audiencia, expresó su incredulidad ante el proceso mediante el cual se ejecutó la deportación. Señaló que Ábrego fue detenido “sin fundamento legal” y enviado a El Salvador “sin justificación jurídica”. “Es precisamente en estos casos donde el poder judicial debe actuar con rapidez para corregir errores que, lejos de ser meramente técnicos, afectan directamente la vida, la libertad y la integridad de una persona”, señaló desde el estrado.
Deportación irregular y cuestionamientos sobre evidencias
La controversia en torno al caso se agrava por el contexto en el que se produjo la deportación: Ábrego García había sido acusado informalmente de vínculos con la pandilla MS-13, sin que existiera una denuncia formal ni una presentación de pruebas contundentes. Durante la audiencia, la jueza Xinis expresó dudas fundadas sobre tales acusaciones, subrayando que en un Estado de derecho “la pertenencia a una organización criminal debe probarse a través de los canales establecidos, y no mediante alegaciones vagas o administrativas”.
El Departamento de Justicia, representado por el abogado Erez Reuveni, reconoció que no se aportaron pruebas adicionales más allá de lo ya presentado, lo cual reforzó la percepción judicial de que el proceso había sido gravemente irregular.
El caso ha generado temor e indignación en sectores de la comunidad salvadoreña en Estados Unidos, muchos de cuyos miembros viven bajo constante incertidumbre migratoria. El hecho de que Ábrego fuera deportado específicamente a El Salvador —el país que, según sus abogados, representa una amenaza directa para su vida— agudiza el debate sobre la legalidad y la ética de las políticas de remoción implementadas por la actual administración.
Un precedente incómodo y una alerta para el sistema
La orden judicial de retorno no solo representa un alivio para la familia de Ábrego García, sino que también constituye un llamado de atención al gobierno federal, que en los últimos meses ha acelerado sus operativos de deportación sin reforzar los mecanismos de revisión y verificación de estatus legales. La admisión pública de un “error administrativo” en un proceso tan delicado como una deportación internacional resalta las debilidades estructurales del sistema migratorio estadounidense.
De lograrse el retorno de Ábrego antes del 7 de abril, el gobierno evitaría desacatar una orden federal. Sin embargo, el daño político y reputacional ya está hecho: el caso ha expuesto no solo la fragilidad del aparato administrativo que ejecuta las deportaciones, sino también la tensión permanente entre las promesas de orden migratorio y la práctica de decisiones aceleradas que pueden implicar la vulneración de derechos fundamentales.
Este episodio deja claro que, en materia migratoria, los errores no se traducen únicamente en cifras o estadísticas. Se traducen en vidas desgarradas, familias separadas y procesos judiciales que terminan por hacer lo que la política, en ocasiones, parece olvidar: garantizar justicia.