Un Pleno por videollamada y un país fuera de cuadro: Roberto Morales Ojeda y la desconexión de la cúpula

Mientras Cuba atraviesa una de las etapas más complejas de su historia reciente, el secretario de Organización del Partido Comunista, Roberto Morales Ojeda, anunció que el XI Pleno del Comité Central se realizará en un solo día, por videoconferencia, y con la participación mínima de invitados. La explicación oficial apela a la “racionalidad”, el ahorro de recursos y la necesidad de que los cuadros permanezcan “en la base” atendiendo los problemas del pueblo. El mensaje, sin embargo, ha sido recibido con escepticismo, ironía e indignación por amplios sectores de la ciudadanía.

El contraste resulta difícil de ignorar. En un país donde millones de personas pasan horas —y días— sin electricidad, agua o transporte estable, la máxima estructura política decide debatir la crisis a distancia, desde pantallas, salas climatizadas y conexiones seguras. No se trata solo del formato del Pleno, sino de lo que simboliza: una dirección política que administra la emergencia sin tocarla, que habla de sacrificios mientras reduce su propio contacto con la realidad cotidiana.

Morales Ojeda presenta la decisión como un acto de eficiencia y sensibilidad. Sin embargo, para muchos cubanos suena más a repliegue que a cercanía. El argumento del ahorro de recursos contrasta con la ausencia de explicaciones claras sobre errores estratégicos que han tenido un impacto directo en la calidad de vida, en particular la Tarea Ordenamiento, cuyos efectos siguen pesando sobre salarios, precios y servicios. En el comunicado oficial no aparece una palabra clave que se repite en redes sociales y comentarios ciudadanos: rectificar.

Esa omisión no es menor. Intelectuales, economistas y ciudadanos comunes han señalado durante años fallas graves en la implementación de políticas económicas, sin que esas críticas se reflejen con transparencia en los discursos oficiales. No se publican los debates reales, no se divulgan las inconformidades recogidas en barrios y centros de trabajo, y el resultado es un diálogo cada vez más unidireccional. El Partido informa, pero rara vez escucha en público.

Hace apenas días se hablaba del ministro de Transporte y su presencia directa en la calle, intentando —con mayor o menor éxito— explicar problemas y dar la cara. Hoy el contraste es evidente. Frente a esa imagen de contacto directo, emerge una cúpula política encapsulada, que decide acortar reuniones y migrarlas a lo virtual mientras el país funciona en modo supervivencia. La distancia no es solo física: es política, social y emocional.

El tono del comunicado de Morales Ojeda insiste en que el Partido actúa con “objetividad” y “racionalidad”. Sin embargo, para una población agotada, esas palabras suenan gastadas. La racionalidad que se invoca desde arriba no siempre coincide con la racionalidad de quien hace colas interminables, cocina con leña o ve cómo su salario se diluye en días. El humor popular ya lo resume con sarcasmo: el país se apaga en alta definición, pero el Pleno va en baja resolución.

Más que el formato del XI Pleno, lo que está en juego es la credibilidad. Gobernar en crisis exige algo más que ajustar agendas y reducir gastos administrativos. Exige reconocer errores, explicar decisiones impopulares y asumir costos políticos. Cuando eso no ocurre, la sensación de desconexión se profundiza y el discurso oficial termina pareciendo un monólogo que no dialoga con la realidad.

En definitiva, el anuncio de Morales Ojeda no calmó aguas; las agitó. Porque mientras la dirigencia se reúne por videollamada para “optimizar recursos”, el país sigue esperando algo más difícil y urgente: rectificaciones visibles, autocrítica real y un liderazgo que vuelva a pisar el terreno que dice representar.

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