Mientras el presidente cubano aparece en actos de “solidaridad internacional”, levantando la voz por causas ajenas —como la situación en Palestina—, el pueblo que dice representar se hunde en una de las peores crisis de su historia moderna. En las calles de La Habana, Holguín o Santiago, los cubanos no tienen voz, ni agua, ni luz, ni esperanza. Y, sin embargo, los mismos que gobiernan siguen hablando de justicia, dignidad y soberanía, como si no fueran ellos quienes han dejado al país al borde del colapso humanitario.
En Cuba hoy hay lugares con apenas tres horas de electricidad al día, barrios enteros sin abastecimiento de agua potable y hospitales donde no hay medicamentos, ni gasas, ni antibióticos. Familias que cocinan con carbón, que hacen colas de madrugada para conseguir un pedazo de pan, mientras los discursos oficiales se llenan de consignas y promesas vacías.
Es un contraste que indigna: solidaridad con el mundo, pero abandono absoluto hacia los suyos. El gobierno organiza marchas y discursos por causas extranjeras, pero no ha convocado ni un solo acto en solidaridad con el pueblo cubano, que sufre hambre, enfermedades y desesperación.
No se trata de repetir consignas sobre el embargo ni de justificar lo injustificable. La crisis que vive Cuba es producto de una ineficiencia estructural, de un Estado que no funciona y de una cúpula que se niega a admitirlo. El Comité Central se reúne una y otra vez, discutiendo resoluciones y estrategias que no cambian nada. Mientras tanto, los barrios oscuros y los hospitales sin luz son la verdadera cara del país.
Es hora de decirlo sin eufemismos: en Cuba se está viviendo un genocidio silencioso, no por bombas ni invasiones, sino por la indiferencia, la incompetencia y la corrupción de quienes deberían proteger la vida de su pueblo.
El tiempo de las excusas terminó. Ya no se trata del “bloqueo”, ni de las sanciones, ni del enemigo externo. Se trata de un gobierno que ha fracasado, que no escucha, que no rectifica y que no está preparado para enfrentar la catástrofe que ellos mismos han provocado.
Y mientras el país se apaga —literalmente—, mientras mueren ancianos por falta de atención, mientras niños crecen sin medicinas y jóvenes se marchan por millones, nadie en el poder parece gritar por Cuba.
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