Imagínese usted por un momento, compatriota lector, que un día Cuba se hubiera levantado con otro pie. Nada de “revoluciones eternas”, ni “lineamientos actualizados” cada siete años… No, no. Hablamos de una Cuba que, en lugar de la consigna, hubiera apostado por la competencia. En vez de la libreta, un mercado. Y no cualquier mercado: uno con tomates, detergente y hasta papel sanitario (¡en rollos, no por hojas!).
El viaje arranca en una escena digna de película: en 1959, el guion da un giro. Los héroes de turno deciden que no van a estatizar ni una cafetería, que los guajiros pueden vender lo que siembran, y que el cubano, si tiene una idea, abre su negocio sin necesidad de pasarse seis meses entre planillas, “sello de 5 pesos” y la bendición de San Permiso.
Imagínate que en lugar de ministerios con nombres kilométricos y colas infinitas, tuviéramos instituciones que resolvieran. ¡Y rápido! Que un papel no demorara más que una visa para Marte. Que el transporte público fuera algo más que una lotería con ruedas. Y que el cubano no tuviera que convertirse en malabarista para cuadrar el mes con una sola jabita.
En esta Cuba imaginaria, los barrios no se caen a pedazos esperando “el plan”, sino que se levantan con créditos, inversión y trabajo bien pagado. La juventud no sueña con Canadá, España o “cualquier país donde haya queso”, sino con quedarse y prosperar aquí. Porque en este país alternativo, quedarse también es avanzar.
¿Y la prensa? Ay, qué lujo. No sería un megáfono con uniforme, sino un poder verdadero. Con periodistas que investigan sin mirar el teléfono cada cinco minutos por si “se pasaron”. Con titulares que no empiecen todos con “continúan las labores…” ni reportajes sobre cosechas récord en fincas invisibles.
Y los artistas, ¡ay los artistas! Podrían pintar, escribir, filmar o cantar sin tener que escribir tres veces “Viva…” en cada solicitud de proyecto. El trovador no tendría que convertirse en equilibrista, ni el dramaturgo en criptógrafo de metáforas.
Claro, en esta Cuba no todo es utopía. Habría líos, trampas, desacuerdos y políticos diciendo tonterías en televisión (eso parece inevitable en cualquier latitud). Pero al menos habría una diferencia crucial: si no te gusta uno, votas y se va. No hay que esperar a que lo sustituyan por “renovación natural del cargo”.
Soñar no cuesta nada —al menos por ahora no han puesto impuestos sobre eso. Y este viaje imaginario no es un acto de traición a la patria, sino un ejercicio de amor propio. Porque aunque a veces parezca que el país real es una telenovela que nadie pidió ver, imaginar otra Cuba también es una forma de resistir.
Quién sabe, quizás algún día el guion cambie. Mientras tanto, sigamos soñando… aunque sea en MLC.
#CubaPosible #SueñosEnPesos #UtopíasEnCola #HumorNacional #YSiFueraDistinto