Persona junto a autobús de Transtur

La agonía diaria de los cubanos: hambre, oscuridad y el desgaste de un pueblo

Cuba atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia contemporánea. Lo que alguna vez fue un país orgulloso de su autosuficiencia alimentaria y su capacidad para resistir desafíos externos, hoy se enfrenta a una crisis humanitaria de proporciones devastadoras. Las dificultades para acceder a alimentos, la constante interrupción del servicio eléctrico y el desgaste físico y mental de la población han creado un panorama sombrío y desolador. Cada día es una lucha por sobrevivir en un entorno donde el agotamiento y la desesperanza se han convertido en compañeros inseparables del cubano común.

El poeta José Martí, ícono de la independencia cubana, alguna vez dijo: «Ver con calma un crimen es cometerlo.» Hoy, esa frase resuena con fuerza cuando observamos cómo el pueblo cubano es testigo y víctima de un crimen cotidiano: la miseria en la que ha caído la nación, una miseria que no solo es material, sino también moral, que ha roto el espíritu de muchos. 

La crisis alimentaria: el hambre como realidad diaria

La escasez de alimentos en Cuba no es una novedad, pero en los últimos años ha alcanzado niveles alarmantes. Las largas colas que serpentean por las calles de las ciudades y pueblos del país se han convertido en una escena diaria, un símbolo del hambre y la desesperación. Los cubanos pasan horas bajo el inclemente sol o en la lluvia, esperando que llegue un camión con productos básicos. Sin embargo, a menudo, al llegar su turno, encuentran estantes vacíos, mientras la necesidad de alimentar a sus familias se vuelve más urgente.

Los productos esenciales, como el arroz, los frijoles, el aceite y el pollo, han desaparecido prácticamente de los mercados, o cuando aparecen, los precios son inaccesibles para la mayoría. Un kilo de arroz puede costar lo que una familia gana en varios días de trabajo. Los cubanos han aprendido a sobrevivir con lo poco que tienen, racionando cada grano, cocinando con lo mínimo y, en muchos casos, saltándose comidas. Comer tres veces al día es un lujo que pocos pueden permitirse.

La situación alimentaria ha afectado gravemente la salud física de la población. El deterioro nutricional es evidente, especialmente en los sectores más vulnerables, como los ancianos y los niños. La desnutrición infantil es una realidad que, aunque el gobierno intenta ocultar, se refleja en los rostros y cuerpos frágiles de los más pequeños. El impacto en el desarrollo cognitivo y físico de estos niños será una factura que Cuba pagará durante generaciones.

Los apagones: la oscuridad que apaga la esperanza

Si la falta de alimentos es un golpe a la salud física, los constantes apagones son un ataque directo a la salud mental de los cubanos. Las interrupciones del servicio eléctrico han pasado de ser esporádicas a formar parte de la rutina diaria. La inestabilidad en el suministro eléctrico afecta todos los aspectos de la vida en la Isla: desde la refrigeración de los escasos alimentos, hasta la imposibilidad de realizar actividades básicas como cocinar o estudiar.

Las noches cubanas, antaño vibrantes y llenas de música, ahora están marcadas por la penumbra. Los apagones prolongados convierten los hogares en hornos durante los calurosos meses de verano, sin ventiladores o aires acondicionados para aliviarlos. La falta de electricidad genera un estado de irritación y estrés constante, exacerbando las tensiones dentro de las familias, que intentan sobrellevar las dificultades con una paciencia que ya parece agotada.

Para muchos, la oscuridad no solo es una metáfora del estado actual del país, sino una realidad tangible que los encierra en un ciclo de impotencia y frustración. Los estudiantes intentan cumplir con sus tareas escolares a la luz de velas o linternas de batería, mientras los trabajadores no pueden realizar sus labores diarias sin energía. La producción agrícola e industrial también sufre, profundizando aún más la escasez de alimentos y productos esenciales.

El desgaste físico y mental: un pueblo al borde del colapso

El agotamiento en Cuba no es solo físico, es también mental y emocional. La lucha constante por sobrevivir ha dejado una huella profunda en la psique de la población. La incertidumbre sobre el futuro, combinada con las penurias cotidianas, ha generado un nivel de estrés crónico que se manifiesta en altos niveles de ansiedad, depresión y fatiga emocional.

El sistema de salud, una vez elogiado en todo el mundo, también se tambalea bajo la presión de la crisis. Los hospitales y clínicas carecen de medicamentos básicos y personal suficiente, lo que agrava las enfermedades crónicas y las afecciones mentales de los ciudadanos. Los cubanos están agotados, no solo por la falta de alimentos y electricidad, sino por la falta de esperanza. El optimismo que alguna vez caracterizó al pueblo cubano ha sido reemplazado por un profundo sentimiento de agotamiento colectivo.

En las calles, los rostros reflejan más que el cansancio de las largas jornadas sin comida o electricidad; revelan el peso de años de lucha sin fin. Los adultos mayores, que alguna vez esperaron un futuro próspero, caminan con pasos vacilantes, cargando no solo las bolsas cada vez más ligeras de alimentos, sino el peso de una vida de privaciones. Los jóvenes, que deberían ser el futuro de la nación, ven cada vez más atractiva la idea de emigrar, dejando atrás el hogar que aman pero que ya no les ofrece un futuro digno.

El colapso emocional y social

El desgaste no se limita al individuo. El tejido social cubano, históricamente resiliente, se está deshilachando. Las redes de apoyo comunitario, que alguna vez fueron una fuente de fortaleza, se están erosionando bajo la presión de la escasez y la desesperación. Familias enteras están siendo fracturadas, no solo por la emigración, sino también por la desesperación económica que obliga a muchos a tomar decisiones extremas para sobrevivir.

La salud mental del país está en crisis, y las autoridades no han demostrado ser capaces de ofrecer un respiro. Los programas de asistencia psicológica son insuficientes para lidiar con el creciente número de personas afectadas por trastornos de ansiedad, depresión y estrés postraumático. El pueblo cubano está exhausto, física y mentalmente. Las cicatrices de esta crisis quedarán marcadas no solo en los cuerpos debilitados, sino en las mentes fracturadas por el trauma constante de la lucha diaria por sobrevivir.

Un futuro incierto

La situación crítica en Cuba plantea una pregunta ineludible: ¿cuánto más puede resistir este pueblo? La resiliencia del cubano, tantas veces demostrada, está llegando a su límite. El hambre, los apagones y el desgaste físico y mental son una carga insostenible que amenaza con desbordarse en una crisis de mayores proporciones. La única certeza que parece haber en el horizonte es la incertidumbre. Cada día es una nueva batalla, y aunque la historia ha mostrado la capacidad del cubano para resistir, no es justo que un pueblo entero tenga que vivir al borde del colapso.

La solución a esta crisis no puede ser paliativa; debe ser estructural y profunda. Cuba necesita un cambio que permita a su gente recuperar la dignidad, el bienestar y la esperanza en un futuro mejor. El pueblo cubano merece algo más que sobrevivir; merece vivir.

Como escribió el poeta cubano Eliseo Diego, «todo sucede a la hora de su sombra», y en Cuba, esa sombra ha sido larga y oscura. Pero incluso en la sombra, hay quienes aún creen en la posibilidad de la luz.

Autor