En un gesto que seguramente pasará a la historia como un hito del ingenio gubernamental, el Hotel Meliá Península en la península de Ancón, Trinidad, ha desplegado una flota de autos eléctricos para el disfrute de los turistas. Una iniciativa que, en teoría, parece un avance hacia la modernidad y la sostenibilidad. Sin embargo, en la práctica, plantea una pregunta que solo los visionarios de la planificación cubana podrían ignorar: ¿cómo se cargarán estos vehículos en un país donde encontrar electricidad estable es casi tan difícil como encontrar un filete de res a precio razonable?
La realidad es que en Cuba las estaciones de carga para vehículos eléctricos son tan inexistentes como las colas cortas en una tienda. Y aunque los autos eléctricos pueden parecer un atractivo ecológico para los visitantes, la verdadera hazaña será mantenerlos funcionando en un sistema energético que apenas logra sostener la iluminación de las calles por las noches.
Autos eléctricos en el país de los apagones
La ironía no podría ser más evidente. En un país donde los apagones son el pan de cada día, lanzar una flota de vehículos que depende exclusivamente de la electricidad parece más una sátira que una política seria. ¿Qué opciones tendrán los turistas? ¿Esperar que el auto se cargue con un par de paneles solares improvisados? ¿O quizás pedalear para generar su propia energía?
Por supuesto, siempre está la posibilidad de cargar los vehículos en los hoteles, aunque esa solución podría enfrentarse a algunos pequeños inconvenientes: cortes de luz constantes, variaciones de voltaje que podrían dejar inservibles las baterías o simplemente la falta de electricidad en horarios críticos. Todo esto mientras los residentes locales se preguntan cómo encender sus ventiladores durante las calurosas noches tropicales.
¿Prioridades desalineadas?
Este despliegue de innovación turística pone de manifiesto una desconexión absoluta entre las necesidades del país y las prioridades de los dirigentes. Mientras los ciudadanos cubanos enfrentan interminables filas para comprar alimentos básicos, apagones de varias horas al día y una crisis generalizada en todos los sectores, se invierten recursos en iniciativas que parecen concebidas más para la galería que para resolver problemas reales.
La pregunta que surge no es solo cómo cargarán los autos eléctricos, sino también cómo un país que depende de donaciones extranjeras para reparar su infraestructura básica puede permitirse el lujo de invertir en flotas turísticas de alta tecnología. ¿Se trata de una estrategia para impresionar a los visitantes internacionales mientras se ignoran las carencias de la población local?
La sostenibilidad como ilusión
La sostenibilidad, término que se ha convertido en un mantra global, parece en este caso una palabra vacía. Promover autos eléctricos en un país con un sistema energético colapsado es un claro ejemplo de priorizar la imagen sobre la funcionalidad. Quizás el verdadero objetivo no sea reducir la huella de carbono, sino más bien generar titulares y fotografías que den la ilusión de progreso.
Mientras tanto, los turistas que se aventuren a probar estos vehículos en Trinidad tal vez descubran un nuevo tipo de turismo de aventura: buscar desesperadamente un enchufe funcional en un entorno donde incluso cargar un teléfono móvil puede ser una odisea.
La electricidad es opcional
En resumen, los autos eléctricos del Hotel Meliá Península son una muestra de la peculiar habilidad de los dirigentes cubanos para implementar soluciones que parecen sacadas de un sketch humorístico. Tal vez el futuro de la movilidad en Cuba no esté en manos de Tesla, sino de la capacidad de los visitantes para empujar autos eléctricos mientras disfrutan del paisaje.
El verdadero genio aquí no es la introducción de estos vehículos, sino la capacidad de presentar esta «innovación» como un logro en un país donde el verdadero lujo es tener electricidad durante toda la noche. ¿Quién necesita corriente cuando se tiene un sueño tan grandioso como este?