En la década de 1950, La Habana estuvo a punto de contar con una obra monumental que habría cambiado para siempre su paisaje urbano: un puente colgante diseñado para conectar el emblemático Malecón con la calle 3ª de Miramar, atravesando el río Almendares. El proyecto fue concebido por el reconocido ingeniero y arquitecto cubano Manuel Febles Valdés, autor de importantes obras como la Fragua Martiana y el Teatro Nacional.
El diseño del puente, elaborado en 1951, prometía ser un símbolo de modernidad e innovación para la capital cubana. Con su estructura colgante, habría mejorado la conectividad entre El Vedado y Miramar, dos de los barrios más representativos de La Habana, facilitando el tránsito vehicular y peatonal entre ambos. El puente partiría desde el Malecón, cerca de la desembocadura del río Almendares, y se extendería hasta La Puntilla en Miramar.

A pesar del potencial del proyecto, la construcción del puente nunca se materializó. Si bien no existen registros definitivos sobre las causas de su cancelación, se presume que factores económicos y políticos de la época jugaron un papel determinante en la decisión de abandonarlo.
El diseño de Febles Valdés destacaba por su visión y escala, superando en magnitud al ya existente «Puente Pote», inaugurado en 1921, que conecta actualmente la calle Calzada en El Vedado con la Quinta Avenida en Miramar. Las comparaciones entre ambos resaltan la ambición del puente proyectado, que habría sido una de las infraestructuras más impresionantes de la ciudad.
Manuel Febles Valdés, nacido en 1906, dejó un legado importante en la arquitectura cubana. Además de su carrera profesional, desempeñó roles destacados como presidente del Colegio Provincial de Arquitectos de La Habana y Ministro de Obras Públicas durante el gobierno de Carlos Prío Socarrás. Entre sus obras más conocidas se encuentran el Mercado de Carlos III y el Palacio de Bellas Artes.
Aunque el puente sobre el río Almendares nunca se construyó, su diseño sigue siendo un testimonio de la creatividad de Febles Valdés y de una época en la que La Habana soñaba con ser una metrópoli moderna, repleta de infraestructuras innovadoras. Su legado persiste en el imaginario colectivo como un recordatorio de lo que pudo haber sido un emblema arquitectónico de la ciudad.