El reciente llamado de Dasiel Gainza García a una intervención militar en Cuba es un ejemplo preocupante de cómo la desesperación puede llevar a propuestas extremadamente peligrosas. Gainza García ha expresado públicamente que la única manera de poner fin al régimen castrista es mediante una intervención militar de Estados Unidos, una idea que no solo es imprudente, sino también potencialmente devastadora para el pueblo cubano.
Este tipo de peticiones ignora las profundas consecuencias de lo que realmente implica una intervención militar extranjera. La violencia no trae libertad, y la historia reciente está plagada de ejemplos de países devastados por intervenciones que prometían «liberación». Afganistán, Irak y Libia, entre otros, son advertencias claras de lo que sucede cuando se apuesta por las armas en lugar de las soluciones pacíficas. En todos esos casos, los civiles pagaron el precio más alto, con cientos de miles de muertos, sociedades fracturadas y generaciones enteras viviendo en un estado de caos.
El pedido de Gainza García plantea un escenario similar para Cuba. Llamar a una intervención militar extranjera no solo significa el riesgo de que bombas caigan sobre la isla, sino que también abre la puerta a un conflicto mucho mayor. Las bombas no tienen nombre, no distinguen entre soldados y civiles, y es probable que las principales víctimas de una intervención de este tipo sean los propios cubanos, quienes sufrirían las consecuencias de una guerra desatada en su propio territorio.
Gainza García argumenta que, sin una intervención, el pueblo cubano continuará viviendo bajo un régimen totalitario. Sin embargo, este enfoque ignora las alternativas no violentas y políticas que podrían llevar a un cambio real y duradero en la isla. La intervención militar puede parecer una solución rápida, pero sus efectos a largo plazo son devastadores. En lugar de resolver los problemas, una intervención podría sumir al país en un estado de violencia prolongada, pobreza extrema y crisis humanitaria, además de desatar una resistencia armada que podría durar años, o incluso décadas.
El verdadero cambio en Cuba debe venir desde dentro, con el apoyo de la comunidad internacional, pero nunca a través de la violencia y la imposición de fuerzas externas. El futuro del país no puede ser decidido por bombas ni balas, sino por el diálogo, la justicia y el respeto a los derechos humanos.
Además, el llamado a una intervención militar es irresponsable, ya que juega con la vida de millones de cubanos, quienes se verían atrapados en medio de un conflicto que solo beneficiaría a intereses extranjeros y a aquellos que buscan la destrucción total del país en lugar de su reconstrucción pacífica.
Es comprensible que muchos cubanos, como Gainza García, estén frustrados con la situación actual, pero incitar a la violencia y a la intervención militar no es la solución. La historia ha demostrado que la paz y la democracia no se construyen con armas extranjeras, sino con procesos internos que respeten la voluntad del pueblo.
En lugar de pedir bombas y balas, lo que se debe buscar es un camino hacia el cambio que no cueste más vidas inocentes. Las demandas de Gainza García pueden tener la intención de liberar al pueblo cubano, pero la realidad es que solo conducirían a más sufrimiento, dolor y destrucción.