En el imaginario popular cubano, la expresión “vivir como Carmelina” evoca imágenes de abundancia, comodidad y estilo de vida privilegiado. Sin embargo, más allá de su uso coloquial, este refrán hunde sus raíces en la vida real de una figura histórica: Carmelina Arechabala, una mujer cuya existencia, marcada por el lujo, la filantropía y la tradición, dejó una impronta perdurable en la cultura nacional.
Carmelina era nieta del fundador de una reconocida empresa de licores establecida en la ciudad de Cárdenas en 1878, la cual alcanzó gran notoriedad con la producción del ron Havana Club, una de las marcas más emblemáticas del país. La prosperidad de esta firma convirtió a la familia Arechabala en una de las más influyentes del periodo republicano, y Carmelina, heredera de esta fortuna, se convirtió en el emblema viviente de lo que muchos consideraban una vida ideal.
El refrán comenzó a popularizarse en los años finales de la República como una manera de describir a alguien que vivía rodeado de comodidades, sin mayores preocupaciones. Sin embargo, reducir a Carmelina a un símbolo de lujo es simplificar una figura que, según registros y testimonios, fue mucho más compleja.
Carmelina Arechabala no solo era una mujer adinerada. Mantuvo una activa participación en actividades religiosas, benéficas y culturales, muchas de ellas patrocinadas por la empresa familiar. A pesar de sus privilegios, no se desvinculó de sus responsabilidades sociales ni de su rol como madre, ni de los compromisos adquiridos con su comunidad.
Fotografías antiguas, fechadas hacia la década de 1940, muestran su presencia en diversos actos públicos y actividades caritativas. Estas imágenes revelan una mujer elegante, sí, pero también profundamente arraigada a valores de servicio y compromiso social.
A lo largo de los años, “vivir como Carmelina” ha trascendido generaciones y continúa presente en el lenguaje coloquial cubano. En muchos sentidos, representa una aspiración no solo al confort material, sino a una forma de vivir con elegancia, sin perder el sentido de pertenencia ni la conexión con la sociedad que nos rodea.
En definitiva, el legado de Carmelina Arechabala no se limita a un refrán popular. Su historia sirve como ejemplo de cómo el éxito personal puede convivir con la responsabilidad cívica y el compromiso cultural.
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Basado en contenido compartido por el grupo de Facebook «Nostalgia Cuba», a partir de una publicación de Ángel Gutiérrez Fernández