En los últimos días, algunos medios de comunicación del sur de la Florida han impulsado la idea de un parón general contra Cuba, promovido cómodamente desde la distancia, desde oficinas con aire acondicionado y hogares sin la presión del día a día cubano. Se presenta como una solución para debilitar al gobierno cubano, pero este planteamiento pasa por alto una realidad evidente: quienes más sufrirán las consecuencias no serán los dirigentes, sino el cubano de a pie.
La realidad en Cuba es cruda y compleja. Mientras algunos hablan de paralizar la economía de la isla desde el extranjero, el cubano común, el que lucha para poner un plato de comida sobre la mesa, es el que se verá más afectado. Pensemos en ejemplos cotidianos: la madre soltera que depende de las remesas que le envían sus hijos para comprar alimentos o productos básicos. Esa remesa que llega cada mes no es un lujo, sino una necesidad. Ese dinero le permite a su familia tener algo tan esencial como arroz, frijoles o un poco de carne. ¿Cómo afecta un parón a esa madre? Si las remesas dejan de llegar como parte de una protesta, ella es la primera en sufrir. El gobierno cubano, en cambio, no notará la diferencia.
Pongamos otro ejemplo: el cubano que depende de los medicamentos que sus familiares le mandan desde el extranjero. En medio de la crisis sanitaria que vive el país, donde las farmacias están vacías y conseguir medicamentos esenciales se ha convertido en una odisea, muchos cubanos dependen del paquete que les envían cada mes. Ese paquete puede incluir desde medicamentos para la hipertensión, hasta insulina o antibióticos. Si un parón interrumpe el flujo de estos envíos, los más vulnerables, aquellos con problemas de salud, son los que pagarán el precio.
Un tercer ejemplo: el pequeño emprendedor cubano que recibe materiales o insumos a través de familiares que viven en el exterior. Este cubano no es un magnate, no tiene acceso a los recursos que controla el gobierno, y depende de pequeñas cantidades de dinero y suministros para mantener su negocio a flote. Tal vez esté fabricando jabones caseros, vendiendo comidas o reparando teléfonos móviles. Sin la ayuda económica de afuera, su negocio, que representa su sustento y el de su familia, se desploma. ¿Cómo podría un parón económico mejorar su situación? La realidad es que solo la empeoraría.
Muchos de quienes promueven esta idea desde el extranjero quizás no están al tanto de lo que significa vivir en Cuba hoy. Mientras llaman a cortar las remesas y los viajes, viven en una realidad completamente diferente. Desde la comodidad de sus hogares en Miami, ven el parón como una forma de lucha, sin considerar que ellos no tienen que hacer cola durante horas para comprar una botella de aceite o conseguir pan. No tienen que lidiar con la frustración de perder el suministro eléctrico durante horas o días, o buscar desesperadamente un medicamento en una farmacia vacía.
El gobierno cubano, con sus privilegios intactos, seguirá manteniendo su poder. Los dirigentes no dependen de la remesa que envía un hijo a su madre para comprar alimentos, ni esperan un paquete con medicinas. Ellos tienen acceso a lo que necesitan. Sus vidas, protegidas por el sistema que controlan, no se verán afectadas por estas medidas. Las «barrigas rebosantes» a las que se refiere el pueblo seguirán intactas.
Pero el cubano que está en la calle, que espera que le llegue una remesa o que recibe una ayuda en especie, sí sentirá el impacto. El vecino que ha conseguido, con mucho esfuerzo, reparar su casa después de un huracán gracias a la ayuda que le enviaron desde el exterior, será quien pague el precio de estas acciones.
Es cierto que hay medidas que pueden tener un impacto más directo sobre la economía del gobierno. Propuestas como dejar de alquilar coches estatales y optar por servicios particulares, o fomentar el uso de negocios privados en lugar de aquellos controlados por el Estado, son opciones válidas. Estas acciones afectan los ingresos del gobierno sin castigar directamente al pueblo. También se pueden considerar estrategias para reducir el flujo de divisas hacia las arcas estatales, pero sin cortar la ayuda esencial que muchas familias cubanas necesitan para subsistir.
El problema es que, al detener remesas, vuelos o envíos de alimentos y medicinas, no se está debilitando al gobierno, sino al pueblo. Las remesas no son una forma de financiación del gobierno cubano, sino un salvavidas para miles de familias que, sin ellas, no podrían cubrir sus necesidades más básicas. El viaje para ver a un familiar, o ese pequeño paquete con medicinas o ropa, tampoco financia al Estado. Es un acto de supervivencia en una realidad donde el Estado no puede, o no quiere, proveer lo necesario.
No podemos apoyar un parón que castigue al cubano común, al cubano que está luchando por sobrevivir en medio de una crisis que ya lo ha dejado al borde de la desesperación. La lucha debe ser contra las estructuras del poder, no contra las personas que apenas pueden sostenerse. Si queremos ver un cambio en Cuba, las medidas deben ser más inteligentes, más focalizadas, y, sobre todo, deben tener como objetivo al gobierno, no al pueblo. El cubano de a pie ya tiene suficientes cargas, no necesita más.