En la memoria colectiva de los cubanos, los bodegueros ocupan un lugar especial, como figuras indispensables en la cotidianidad de la primera mitad del siglo XX. Más que comerciantes, estos personajes eran pilares de las comunidades. Eran el refugio confiable en tiempos difíciles, aquellos que fiaban alimentos a las familias hasta que llegara el día de cobro y que, en un gesto profundamente humano, regalaban cestas navideñas a las familias más necesitadas.
Según las historias que se transmiten de generación en generación, la relación entre los gallegos y las bodegas en Cuba fue tan estrecha que llegó a ser sinónima. Desde principios del siglo XX, los inmigrantes gallegos dominaron el sector de los abastos y los mercados, consolidándose como los grandes bodegueros de la isla. Su influencia fue tan significativa que incluso con la llegada de los chinos, quienes más tarde tomarían el control de este tipo de comercio, la huella gallega permaneció imborrable.
La bodega: mucho más que un lugar para comprar
En la Cuba republicana, las bodegas eran algo más que simples tiendas. Eran espacios de encuentro y conversación, pequeños foros vecinales donde se discutían temas de todo tipo: desde el estado del tiempo y las noticias del barrio hasta cuestiones políticas y deportivas. Allí se formaba una especie de microcosmos social, un punto de unión para la comunidad.
La diversidad de productos ofrecidos en una bodega de la época era impresionante. No solo expendían víveres y licores finos, sino también artículos de primera necesidad como papel y sobres, curitas, hilos y agujas, cuchillas de afeitar, brillantinas y hasta productos de belleza. La barra de la bodega era un espacio singular: siempre había saladitos, cubiletes y otras tentaciones al alcance de los clientes.
Un apoyo en los momentos difíciles
El bodeguero de aquellos tiempos no solo se limitaba a vender productos. Actuaba como una especie de banquero informal, cambiando cheques, otorgando pequeños préstamos y llevando la cuenta de los clientes a punta de lápiz. La confianza mutua era el eje de esta relación. Las deudas se anotaban en tiras de papel que el bodeguero conservaba cuidadosamente hasta ser saldadas.
Esta figura emblemática solía vivir en el mismo espacio de su comercio, lo que reforzaba su papel como vecino cercano y siempre disponible. Curiosamente, eran pocos los casos en los que las mujeres ocupaban este rol; casi siempre era un hombre quien atendía el mostrador, con su lápiz negro grueso siempre listo en la oreja.
La nostalgia de una época que se fue
Las bodegas de antaño representan un pasado lleno de humanismo y cercanía, donde la vida de barrio giraba en torno a estos pequeños negocios. Hoy, en una Cuba muy distinta, la imagen del bodeguero que fiaba, escuchaba y ayudaba se convierte en un símbolo de la solidaridad que definió una época.
El recuerdo de aquellos bodegueros y sus modestas tiendas sigue vivo en quienes vivieron esos días, y su legado permanece como una lección de humanidad y compromiso con la comunidad. La bodega, más que un negocio, fue un hogar abierto para todos.
Con información de Nostalgia Cuba.