En un contexto de apagones persistentes, escasez de productos básicos y un deterioro en las condiciones de vida, la tensión en Cuba se ha convertido en un grito de desesperación y en una demanda de soluciones. Sin embargo, en lugar de ofrecer respuestas concretas, el gobierno continúa desviando recursos para silenciar las manifestaciones de descontento ciudadano. Mientras se multiplican las voces que claman por un cambio, la estrategia de intimidación y acoso a los opositores parece ser la respuesta oficial, reflejando la falta de voluntad para abordar las raíces de la crisis que enfrenta el país.
Uno de los ejemplos más recientes y significativos es el caso de Alejandro Morales Pereira, un joven cubano de Encrucijada, Villa Clara, quien ha sido objeto de un seguimiento y hostigamiento constante por parte de las fuerzas del Ministerio del Interior, conocidas como las Avispas Negras. Morales, quien ha protestado pacíficamente contra los apagones que afectan a su comunidad, fue acosado nuevamente, aunque en esta ocasión, según reporta Click Cuba, no fue arrestado. Este hecho, lejos de representar un alivio, pone de manifiesto el estado de vigilancia constante y la amenaza latente de detención que pende sobre él y sobre quienes se atreven a expresar su inconformidad de manera pacífica.
La pregunta que muchos se hacen es evidente: ¿por qué, en medio de una crisis de dimensiones nacionales, se están utilizando recursos para perseguir a quienes exigen un cambio, en lugar de enfocarse en mejorar las condiciones de vida de la población? Es incomprensible que en un país con una economía tambaleante y un sistema energético al borde del colapso, las prioridades parezcan inclinarse hacia el control social en vez de atender las necesidades básicas de la gente. En lugar de movilizar funcionarios y oficiales para responder a las urgencias del país, el sistema parece estar más preocupado en castigar a quienes manifiestan su descontento.
Este clima de intimidación, lejos de contener el malestar popular, tiene el efecto contrario: incrementa la frustración y agrava las tensiones entre la ciudadanía y el gobierno. Con cada medida que apunta a sofocar el descontento, aumenta el resentimiento de una población que, después de décadas de dificultades y sacrificios, exige ser escuchada. Las acciones dirigidas a atemorizar a los ciudadanos muestran una desconexión profunda entre las autoridades y las necesidades reales del país. Pareciera que el gobierno se encuentra atrapado en una espiral de hostigamiento, lo que sugiere una incapacidad para responder a las demandas con políticas efectivas y sostenibles.
Este es un momento extremadamente delicado para la isla, no solo a nivel interno, sino también en el contexto internacional. La creciente atención global hacia la situación cubana, sumada a la posibilidad de que la administración estadounidense, encabezada nuevamente por Donald Trump, adopte una postura más intervencionista, ( Plan for Action and Operations for Cuban Fortitude (PAXOFC) y el Project 2025) plantea un escenario de alto riesgo. La persistencia de estallidos sociales en Cuba podría ser utilizada como un pretexto para justificar una intervención extranjera, lo cual tendría consecuencias devastadoras para todos los involucrados. Los conflictos y bombardeos no discriminan y, como ha demostrado la historia, las intervenciones extranjeras siempre dejan una huella de destrucción y dolor en la población civil.
Las autoridades cubanas están en una encrucijada: pueden continuar con una estrategia que ahonda la distancia entre el pueblo y el gobierno, o pueden aprovechar este momento para dar un paso hacia el diálogo y la reconciliación. El país necesita soluciones, no medidas coercitivas que solo empeoran la situación. Escuchar las demandas de los ciudadanos, ofrecer respuestas y abrir un espacio para la expresión legítima de la frustración no debería verse como una amenaza, sino como una oportunidad para generar una cohesión que permita enfrentar los desafíos con una sociedad más unida y menos polarizada.
La capacidad de un gobierno para gobernar efectivamente no se mide solo en la imposición de disciplina o control, sino en la habilidad para comprender y atender las necesidades de su gente. Perseguir el descontento es una política que no tiene futuro. Cuba necesita un cambio de rumbo y, sobre todo, un gobierno que esté dispuesto a poner el bienestar de su población por encima de la preservación de un sistema de vigilancia y represión. La solución a la crisis no se encuentra en seguir cerrando puertas, sino en abrir caminos de entendimiento y acción efectiva que respondan a la realidad de un pueblo cansado, agobiado y al borde del límite.