Ah, Cuba, esa tierra que es más que una isla. Es una mezcla de sol y ron, de risas y llantos, de pasados gloriosos y presentes que duelen. Pregúntale a un cubano qué siente por su país, y lo más probable es que su respuesta esté cargada de emociones tan complejas como los enredos burocráticos del CDR (Comité de Defensa de la Revolución). Porque, como buen cubano, uno sabe reír con lágrimas en los ojos mientras dice: “¿Pero esto qué cosa es? 😂”
Por un lado, tenemos el dolor, ese profundo lamento que se siente al ver cómo se derrumba lo que alguna vez fue un país lleno de esperanza y alegría. “¿Te acuerdas cuando el Malecón era un lugar de risas, de guitarreos y de amores bajo la luna llena?” – te pregunta el cubano con un suspiro. Porque hoy, en el Malecón, lo que hay son ruinas, edificios que parecen sacados de un museo del desastre y un mar que sigue siendo hermoso, pero que ya no puede consolar como antes.
Para muchos, la Cuba de hoy es una sombra de lo que fue. No importa cuántas veces se repita aquello de «¡Resistimos!» o «¡Aquí no se rinde nadie!», el sentimiento de pérdida se siente tan denso como el calor de agosto. La nostalgia se cuela por cada esquina, en la mirada de los ancianos que recuerdan la Habana de antes, cuando las luces de los cabarets alumbraban la noche y la vida tenía ese brillo de película de Hollywood… Bueno, de una película que se quedó sin presupuesto a mitad de rodaje. 🎥
Sin embargo, ahí está también esa parte del cubano que, a pesar de todo, se aferra a lo que una vez fue. El cubano ríe porque, de alguna manera, es la única forma de no volverse loco. Ríe de las penurias, de las colas interminables, de la falta de todo. “Mijito, aquí lo único que sobra es el cuento y la inventiva”, dicen, y se lanzan a narrar las peripecias diarias como si fueran una comedia de situación. Porque, al final, si no lo cuentan con humor, ¿cómo sobreviven?
Pero a veces, esa risa se convierte en una mueca amarga cuando se piensa en lo que quedó atrás. En los barrios de la infancia, donde los vecinos eran familia y las puertas nunca se cerraban porque, total, nadie tenía nada que robar. Esa vecina que siempre tenía un plato extra de arroz para el que pasaba, el “compay” que compartía un traguito de aguardiente para celebrar la vida, aunque fuese con lo poquito que se tenía. Hoy, esas puertas ya no se abren con la misma facilidad. Muchos se han ido, otros ya no están. Y los que quedan, sobreviven como pueden, haciendo de la nostalgia un refugio.
La Cuba que muchos recuerdan es esa de la infancia, donde las mañanas olían a café colado y a la música de la radio en AM. Esas memorias son como postales que se guardan en el corazón, mientras la realidad actual sigue ahí, inescapable. Porque, por mucho que duela, uno no puede vivir solo de recuerdos. Pero ah, cómo duele ver cómo se ha ido todo por el desagüe mientras el gobierno insiste en que «todo va bien». Claro, todo va bien… si lo que querías era ver cómo Cuba se convertía en un estudio de fotografía vintage, con autos de los años 50 que ya deberían estar en un museo. 🚗
A pesar de todo, muchos cubanos que han dejado la isla siguen amando esa Cuba que se les quedó atrapada en la piel. Porque el exilio, por más que intente arrancarte de raíz, no puede quitarte el sabor de un buen congrí, el sonido de los tambores en la esquina del barrio, el recuerdo de esas noches de apagón donde se contaban historias al calor de una vela. La diáspora cubana es como un lazo que nunca se corta, que une a los que se fueron y a los que se quedaron en una mezcla de amor y desdén, de risas y lágrimas.
Sí, los cubanos tenemos ese don de hacer humor con nuestras tragedias. Pero el humor, aunque alivia, no borra el peso de la realidad. Porque el futuro sigue siendo incierto, y cada día es un recordatorio de lo que pudo ser y no fue. De lo que tuvimos y ya no tenemos. Pero en medio de esa tristeza y ese dolor, se mantiene vivo un pequeño fuego, una esperanza que se niega a apagarse del todo. Como dice el dicho: “Aquí el que no corre, vuela… aunque a veces no haya gasolina ni para el despegue”. 🛫
Así que, mientras seguimos navegando entre esa nostalgia de lo que fue y la dureza de lo que es, el cubano sigue siendo fiel a su tierra, a su manera. Porque si hay algo que no se le puede quitar a un cubano, es su corazón, que late al ritmo de la clave, aunque la melodía esté desafinada.