Recientes publicaciones en redes sociales han vuelto viral una imagen provocativa: un águila americana y un tiburón ruso, ambos enfrascados en una lucha por Cuba, que se encuentra en medio, como símbolo de un país codiciado por potencias extranjeras. Esta poderosa representación gráfica suscita un debate necesario y urgente en la psique colectiva de la nación cubana. La pregunta que resuena entre nosotros es: ¿Acaso no es tiempo de que Cuba ondee su bandera sin ataduras, guiando su destino sin ser influenciada por ninguna superpotencia?
La historia cubana está salpicada de influencias externas, siendo especialmente palpable la larga sombra de la dependencia rusa. Las décadas de estrecha asociación con la Unión Soviética y sus sucesores no trajeron la prosperidad prometida, sino más bien una serie de desafíos económicos y una restricción a la autodeterminación política del país. Aunque el simbolismo del tiburón puede evocar fuerza y resiliencia, también trae a la memoria un pasado de relaciones predadoras que muchos preferirían dejar atrás.
Sin embargo, es imposible ignorar la compleja telaraña de relaciones que ha sostenido a la isla, especialmente la conexión con los Estados Unidos, donde la diáspora cubana en Miami ha actuado como un vital salvavidas económico y emocional para la población de la isla. No obstante, este apoyo no debería malinterpretarse como un deseo de ser absorbidos por la órbita estadounidense sin condiciones. El acercamiento con cualquier país, incluido Estados Unidos, debe cimentarse en el respeto a la autodeterminación cubana y en la libertad, incluida la fundamental capacidad de los cubanos de elegir su futuro sin coacción.
Así, el camino a seguir requiere una delicada danza diplomática, una donde Cuba pueda forjar alianzas estratégicas que respeten su soberanía y fomenten un desarrollo autónomo. La relación con cualquier país, particularmente con potencias como los Estados Unidos, debería estar basada en la equidad y la promoción de intereses mutuos, sin que ello suponga una erosión de la autonomía nacional.
La autodeterminación es más que un concepto político; es la esencia de un pueblo que busca definir su identidad, su cultura y su futuro económico. Cuba debe aspirar a ser un lugar donde la libertad de elección no sea solo un ideal, sino una realidad tangible para todos sus ciudadanos. La libertad incluye la capacidad de interactuar con el mundo sin miedo a perder la esencia de lo que significa ser cubano.
La imagen del águila y el tiburón, más que un reflejo de la realidad actual, debe servir como un recordatorio del camino que aún queda por recorrer. Es hora de dejar atrás las luchas del pasado y mirar hacia un horizonte donde la libertad de elección y la autodeterminación no sean solo aspiraciones, sino los pilares de una nueva era para Cuba.