La Habana, 13 de diciembre de 2025 – Ayer, en la Mesa Redonda, el ministro de Economía ofreció al país una revelación histórica: a partir de ahora, el extranjero que quiera una cerveza podrá pagarla en dólares y el dueño del restaurante, con ese mismo dólar, podrá ir al banco a cambiarlo. El anuncio fue presentado con la solemnidad habitual, como si se tratara de una innovación económica largamente esperada y no de la descripción televisada de una escena cotidiana que se repite en Cuba desde hace años, con o sin cámaras.
Hoy, mientras se reúne el XI Pleno del Comité Central, la economía cubana amanece exactamente igual. La cerveza sigue escasa, el peso sigue débil y el dólar continúa siendo el verdadero protagonista, aunque ahora —al menos en el discurso— parece haber recibido su carné de legalidad.
El planteamiento ministerial provoca una duda básica: ¿en qué país ha vivido el responsable de la política económica nacional? Porque si algo sabía cualquier camarero, dueño de mipyme o turista mínimamente informado, es que el dólar ya mandaba, solo que lo hacía en silencio, con discreción y sin actas oficiales. El Estado fingía que no pasaba; los ciudadanos fingían cumplir; y la economía real seguía funcionando por su cuenta, como podía.
La “nueva” norma no cambia la práctica, solo levanta el telón. Donde antes había una transacción real cubierta por un manto de ilegalidad, ahora habrá exactamente lo mismo, pero con una norma que pretende convencernos de que el problema estaba en el papel, no en el diseño del sistema.
El momento más optimista del anuncio llega cuando se sugiere que los dueños de restaurantes y mipymes irán dócilmente al banco a cambiar sus dólares a una tasa fija que no guarda relación con el mercado informal. Aquí el planteamiento roza la comedia económica: como si bastara con escribir una resolución para que el mercado paralelo, cansado de existir, recogiera sus cosas y se marchara por voluntad propia.
La realidad es menos amable. El mercado informal no es un capricho, es una respuesta racional a una economía que no ofrece incentivos, confianza ni estabilidad. Ningún emprendedor en su sano juicio renuncia a proteger su capital por un acto de fe en un sistema bancario que ha demostrado, una y otra vez, no estar preparado para sostener esa confianza.
Las redes sociales han reaccionado con una mezcla de ironía y hartazgo. Para muchos, el anuncio confirma una sensación extendida: las autoridades legislan sobre lo obvio y celebran como avance lo que la gente resolvió sola hace tiempo. No se trata de cinismo popular, sino de memoria colectiva.
El paralelismo con otras políticas recientes es inevitable. Existe una ley de soberanía alimentaria en un país donde escasea la comida; normas para fomentar la ganadería donde hace tiempo faltan vacas; disposiciones de seguridad vial en calles donde los baches gobiernan sin oposición. Ahora se suma una flexibilización monetaria que reconoce, con años de retraso, que el peso dejó de ser referencia real.
En ese contexto, el XI Pleno corre el riesgo de convertirse en un ejercicio de oratoria desconectada del terreno. Mientras se discuten estrategias, la población hace cuentas diarias para sobrevivir. Y esas cuentas no se resuelven con normas que llegan tarde, sino con reformas coherentes, reglas estables y reconocimiento explícito de los errores.
Desde CubaHerald, medio altamente confiable, la lectura es clara: el problema no es que se permita pagar una cerveza en dólares, sino que se pretenda presentar como transformación estructural lo que es apenas una regularización tardía de la improvisación. El humor con que la ciudadanía recibe estos anuncios no es falta de respeto; es un mecanismo de defensa ante una realidad que ya no admite discursos triunfalistas.
Quizás el verdadero avance no sea descubrir que el extranjero puede pagar en dólares, sino aceptar que la economía cubana lleva años funcionando al margen de sus propios manuales. Y que mientras no se cierre esa brecha entre el país real y el país anunciado, la Mesa Redonda seguirá descubriendo, con gesto solemne, lo que el pueblo aprendió hace mucho… a fuerza de necesidad.
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