Un ciudadano cubano —cansado de escuchar promesas, diagnósticos a medias y planes eternamente “en construcción”— decidió enviar un extenso correo al despacho presidencial, en el que resume, con sorprendente precisión y una pizca de resignación nacional, lo que muchos piensan y pocos se atreven a decir. El documento inicia con una frase que podría convertirse en el eslogan del año: “LA DIRECCIÓN DE LA REVOLUCIÓN DEBERÁ CORREGIR LA CORRECCIÓN DE LAS DISTORSIONES”.
Sí, leyó bien: no basta con corregir, ahora toca corregir lo ya corregido. Una especie de Ordenamiento 2.0, pero sin manual, sin tutorial y sin botón de deshacer.
En su análisis, el autor señala que el país lleva años sin una evaluación real de la situación económica, social y espiritual del cubano promedio, quien ya no sabe si está viviendo una crisis, una distorsión, una reestructuración, una fase temporal o un capítulo perdido de “Cuadrando la Caja”. Según el escrito, ni la Asamblea Nacional ni las Mesas Redondas han ofrecido datos suficientes para entender qué está pasando… probablemente porque ni ellas mismas lo entienden.

El texto también recuerda que esta es la tercera convocatoria nacional donde se invita a la población a participar después de tomadas las decisiones. Primero la rendición de cuentas que nunca se hizo, luego el Código del Trabajo donde lo más polémico quedó bajo silencio administrativo, y ahora un Programa de Gobierno publicado sin explicaciones, seguido de una Mesa Redonda donde lo único redondo fue la falta de respuestas.
El ciudadano cuestiona el misterio que rodea la elaboración del Programa, que estuvo guardado casi dos años como si fuera un secreto de Estado o un tesoro perdido de los lineamientos del 2011. Según él, cuando al fin lo sacaron a la luz, estaba tan desactualizado que parecía un reporte de meteorología económica de la semana pasada: muchos nubarrones, nada de lluvias.
Una de las ironías más marcadas del documento es que funcionarios aseguraron haber consultado a expertos y académicos, aunque nadie sabe quiénes son ni dónde están sus recomendaciones. Es un poco como las “reservas estratégicas”: todos hablan de ellas, pero nadie las ha visto.
El correo también lamenta que en la Mesa Redonda faltaran invitados fundamentales, como el Ministerio de Finanzas y Precios y el Ministerio de la Agricultura, algo así como hacer una reunión sobre incendios sin bomberos ni extintores. “¿Cómo hablar de estabilización financiera sin finanzas? ¿Y de comida sin agricultura?”, se pregunta el autor… y una isla entera con él.
Otro punto criticado es la ausencia de plazos reales y metas concretas en el Programa. El documento parece un horóscopo socialista: muchas buenas intenciones, cero fechas. Según el analista, se supone que esto marque un camino, pero el camino sigue siendo un laberinto donde ni el Mincex encuentra la salida.
El texto también señala la contradicción de depender cada vez más de las remesas, mientras se insiste en perseguir cualquier canal que logre hacerlas llegar de forma eficiente. La economía cubana se ha vuelto un episodio de humor involuntario: necesitamos dólares, pero no queremos que circulen; necesitamos mercado, pero no queremos mercado; queremos regular a los privados, pero al mismo tiempo aprobar miles de mipymes que funcionan sin reglas claras. Resultado: todos perdidos, excepto quienes viven de la distorsión permanente.
El ciudadano además cuestiona la Tarea Ordenamiento, que prometió eliminar la dualidad monetaria y terminó creándola de nuevo, peor, más confusa y sin un CUC al que culpar esta vez. Incluso sugiere, con ironía implícita, que quizá lo más sensato sea traerlo de vuelta, como quien llama al ex tóxico porque el nuevo es peor.
Finalmente, el documento se pregunta cómo es posible que el Programa de Gobierno se defina como “un mecanismo táctico para enfrentar la crisis”… sin haber logrado una sola señal de mejora. Es como anunciar un tratamiento sin mostrar un gramo de alivio. El país sigue esperando, como quien mira el reloj en una cola eterna, que esta vez sí se arregle lo que no funcionó la vez anterior, ni la anterior, ni la anterior.
La conclusión del autor es tan clara como demoledora: sin transparencia, sin diagnósticos reales y sin reconocer los errores, cualquier Programa será apenas otro ejercicio retórico para corregir la corrección de lo que nunca se corrigió.
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