Una imagen estremecedora ha puesto en evidencia la desesperación de decenas de migrantes cubanos detenidos en el Centro de Inmigración de Krome, en Miami: con sus cuerpos y ropas formaron en el patio las palabras “S.O.S.” y “CUBA”, en un acto de protesta silenciosa, pero profundamente elocuente. El gesto, captado y difundido por Telemundo 51, refleja el drama humano que se vive tras las rejas de un sistema migratorio saturado, rígido y, en demasiadas ocasiones, desprovisto de humanidad.
Los detenidos, según el reporte, buscan llamar la atención sobre su prolongada detención, la falta de respuestas a sus casos migratorios y las condiciones en las que permanecen recluidos. Muchos de ellos huyeron de la represión política, la precariedad económica y la desesperanza que atraviesa la isla. Pero tras lograr llegar a Estados Unidos, en lugar de hallar protección, se enfrentan al limbo jurídico y el abandono institucional.
La acción simbólica de escribir un “S.O.S.” humano sobre el cemento no solo interpela a las autoridades federales: cuestiona directamente a los congresistas del sur de la Florida, quienes han construido sus carreras políticas prometiendo representar al exilio cubano, pero han guardado un silencio sepulcral ante esta crisis humanitaria.
Es llamativo que figuras públicas que suelen pronunciarse con rapidez sobre la situación en Cuba —y que invocan constantemente el discurso de la libertad— no hayan emitido declaraciones públicas, ni liderado gestiones concretas en defensa de los cubanos detenidos en su propio distrito. ¿Dónde están las acciones legislativas? ¿Dónde están las visitas a los centros de detención? ¿Dónde está la presión al Ejecutivo? La omisión resulta aún más grave al considerar que estas personas no son criminales, sino solicitantes de protección, víctimas de una doble frontera: la que cruzaron para llegar y la que ahora les impide avanzar.
El aumento de deportaciones, la incertidumbre jurídica, la falta de asesoría legal, y la ausencia de mecanismos ágiles para el procesamiento de casos son parte de una crisis migratoria que no distingue entre discursos políticos, pero sí exige responsabilidades concretas. Muchos de los detenidos no cuentan con representación legal, ni siquiera saben si serán liberados o deportados, ni cuándo. Mientras tanto, familias esperan, vidas se estancan, y la desesperación se convierte en rutina.
El simbolismo de esta protesta no debe subestimarse. Un “S.O.S.” no es solo una señal de auxilio. Es una acusación directa al sistema y a sus actores. Y más aún, cuando quienes deben representar a esta comunidad —legisladores con raíces en ese mismo exilio— optan por el silencio o la evasión.
La pregunta es inevitable: ¿de qué sirve un discurso en defensa de los cubanos si no se acompaña con hechos cuando más se necesita?
Cada día sin respuesta es un día más de sufrimiento innecesario.
Cada silencio institucional es un grito ignorado.
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