Queridos compatriotas, bienvenidos a la nueva temporada del show más popular en toda Cuba: «Apagones sin fin». Parece que hemos vuelto a los años de gloria de la década de los 90, esa época en la que el ingenio cubano alcanzó su máximo esplendor, no porque quisiéramos, claro está, sino porque no nos quedó más remedio. Y aquí estamos de nuevo, tres días seguidos sin electricidad en la mayor parte del país, una hazaña que solo un sistema tan eficiente como el nuestro podría lograr con tanta precisión y consistencia.
Las centrales eléctricas de la isla, orgullosos relictos de la era soviética, continúan su función de mantenernos en la penumbra, algo así como museos vivientes de la tecnología que ya solo podrían encontrar en un libro de historia de secundaria. ¡Ah, pero qué maravilla! ¿Por qué molestarse en invertir en nueva infraestructura cuando se puede seguir exprimiendo esas joyas de ingeniería? Eso sí, los parches que se les han puesto a las plantas termoeléctricas son casi un arte en sí mismo, una especie de collage industrial que, lamentablemente, ya no puede con su alma. Es como ver a una vieja locomotora intentar competir en la Fórmula 1: noble el esfuerzo, pero el desenlace es obvio.
Y mientras tanto, los cubanos seguimos con nuestro entrenamiento diario de resiliencia: sudando en casa, cocinando en fogones improvisados y haciendo malabares para que las baterías del ventilador portátil aguanten al menos hasta el anochecer. Ya saben, lo típico. Pero lo mejor de todo es que mientras el país se cae a pedazos, nuestros queridos dirigentes no parecen haber perdido ni un gramo de su energía… calórica. Porque, vamos, alguien tiene que asegurarse de que los buffets en sus reuniones estén bien abastecidos, que eso sí que no puede fallar. Invertir en comida para el aparato gubernamental siempre ha sido una prioridad, y con razón, porque ¿qué sería de un político cubano sin una barriga bien servida? Lo que se necesita ahora no es más electricidad, lo que necesitamos es más capacidad estomacal. ¡Que crezcan las barrigas, no las plantas energéticas!
Mientras la gente protesta en las calles, agotada de tanta oscuridad literal y figurada, nuestros queridos líderes, desde su iluminado confort, nos brindan el mismo repertorio de soluciones que nos han ofrecido durante décadas: promesas de mejoras, culpables externos (¡gracias, embargo!) y, cómo no, parches. Si fueran a dar premios por el mayor uso de la palabra «parche» en discursos oficiales, los políticos cubanos ganarían sin esfuerzo.
Es como si se hubiera convertido en un deporte nacional: «Parcheemos lo inparcheable», debería ser el nuevo lema del país. Porque aquí estamos, con plantas energéticas que probablemente fueron ensambladas por los abuelos de los actuales operarios, y el Gobierno tratando de convencer a la gente de que las soluciones están en camino. Pero ¿quién puede pensar en electricidad cuando hay tantas otras prioridades, como por ejemplo el siempre importante proyecto de expansión de la clase política y el inevitable ensanchamiento de sus trajes? Hay que tener prioridades, después de todo.
¡Y qué decir de las protestas! Ah, esas pequeñas interrupciones en el orden público donde los cubanos se atreven a levantar la voz. Qué grosería, por favor. Protestar porque no hay electricidad es de lo más banal. ¿Acaso no saben que la oscuridad es el nuevo lujo? En vez de quejarse, deberían estar agradecidos de que se les dé la oportunidad de recordar cómo vivían sus abuelos, esos tiempos en que una vela y una radio a pilas eran todo lo que necesitaban para pasar una buena noche. ¡Qué ingratitud!
Si los cubanos fuéramos un poco más visionarios, veríamos este momento como una oportunidad. Sí, señor. Una oportunidad para volver a la vida simple, sin las distracciones del mundo moderno. ¿Quién necesita electricidad cuando puedes sentarte en la penumbra y contemplar cómo se derrite el hielo en el refrigerador? Es una experiencia casi espiritual, diría yo. Una vuelta a lo básico, un reencuentro con la naturaleza y con las habilidades de supervivencia que creíamos haber olvidado.
Además, todo esto nos está preparando para el futuro. Cuando el mundo se enfrente al inevitable colapso energético global (porque eso va a pasar, seguro), nosotros, los cubanos, seremos los más preparados. Tendremos décadas de experiencia en vivir sin electricidad, en depender del ingenio más que de la tecnología. Mientras el resto del mundo se desmorona, nosotros seguiremos adelante con nuestros ventiladores a batería y nuestras cocinas solares hechas en casa. Y claro, nuestros líderes seguirán bien alimentados, porque ese es el verdadero núcleo de nuestra fortaleza nacional.
Así que, cubanos, no desesperen. Si la luz no vuelve, no es el fin del mundo. Es solo el comienzo de una nueva era de apagones épicos y parches interminables. Y cuando nuestros dirigentes finalmente den ese discurso glorioso en el que prometen más y más “estabilidad”, recordemos que la única estabilidad que han logrado es la de mantenernos firmemente en la oscuridad, mientras ellos siguen iluminados en sus mesas de banquete. ¿Qué más se puede pedir?