El presidente de Estados Unidos, Donald J. Trump, visitó recientemente una nueva instalación para inmigrantes indocumentados ubicada en pleno corazón de los Everglades, Florida. El lugar, que ha sido informalmente bautizado como “Alligator Alcatraz”, ha desatado una oleada de críticas por sus condiciones, su localización y por el mensaje político que transmite.
Construido sobre una antigua pista de aterrizaje militar, este centro improvisado se compone de remolques y tiendas de campaña con capacidad para albergar hasta 5,000 personas. Lo rodea un entorno inhóspito de pantanos, caimanes y serpientes, elementos que las autoridades han calificado como una “barrera natural” para disuadir intentos de escape. Trump recorrió las instalaciones junto a la Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, y el gobernador de Florida, Ron DeSantis.
Durante su intervención, el presidente provocó una nueva ola de indignación al afirmar entre risas:
“Les vamos a enseñar cómo escapar de un caimán… corran en zigzag, así aumentan sus chances en un 1%”.
Las palabras, que fueron pronunciadas en tono burlesco, generaron una inmediata reacción por parte de organizaciones de derechos humanos, ambientalistas y sectores de la sociedad civil. Pero también causaron profundo malestar en la comunidad cubana del sur de la Florida, tradicionalmente conservadora y en gran parte aliada política del mandatario. Muchos cubanoamericanos han manifestado sentirse traicionados, recordando que buena parte de ellos también fueron migrantes que llegaron huyendo de regímenes autoritarios y buscando refugio.
“Es una burla cruel a la condición humana de quienes cruzan fronteras por necesidad y no por gusto”, señaló un activista cubano en Miami. Otros han denunciado que estas políticas podrían eventualmente afectar también a migrantes de origen cubano, sobre todo en el actual contexto de endurecimiento de las leyes migratorias y mayor discrecionalidad por parte de las autoridades federales.
A esto se suman las voces que critican el grave impacto ambiental que representa la instalación, construida en una de las zonas más delicadas del ecosistema de los Everglades. Expertos señalan que la presencia de maquinaria pesada, residuos humanos y estructuras temporales pone en riesgo la biodiversidad y puede generar daños irreversibles. Las comunidades indígenas locales también han expresado su rechazo por la invasión de territorios ancestrales sin ningún tipo de consulta o compensación.
Mientras la Casa Blanca defiende el proyecto como una solución “contundente” al problema migratorio, y afirma que el centro responde a una necesidad operativa “urgente”, crece la alarma dentro y fuera del país. Diversas organizaciones internacionales, incluyendo agencias de la ONU, han pedido investigar posibles violaciones a los derechos civiles de los detenidos y han advertido que el uso del aislamiento geográfico como medida de control puede contravenir tratados internacionales.
En paralelo, figuras influyentes dentro de la comunidad cubana han comenzado a distanciarse del discurso migratorio de Trump, alertando que este tipo de políticas extremas no solo afectan a quienes llegan hoy, sino que pueden redefinir el trato hacia futuras generaciones de migrantes, incluidos los de origen cubano.
El centro “Alligator Alcatraz” no solo se ha convertido en un símbolo de la radicalización de la política migratoria estadounidense, sino también en un punto de inflexión para el debate sobre hasta dónde puede llegar el poder ejecutivo en nombre de la seguridad fronteriza.
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