La Plaza de Tiananmén volvió a convertirse en epicentro del poder chino con un desfile militar que conmemoró el 80 aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial. El acto, concebido como una gran demostración de disciplina y poderío, tuvo un marcado trasfondo geopolítico: la presencia conjunta de Xi Jinping, Vladímir Putin y Kim Jong-unbuscó enviar una señal de unidad frente a Estados Unidos y sus aliados.
El evento, el tercero organizado bajo el mandato de Xi, llega en un momento clave, con la guerra en Ucrania aún en curso y el regreso de Donald Trump a la presidencia de EE.UU. En este contexto, el líder chino utilizó el desfile no solo como ejercicio de memoria histórica, sino como un recordatorio de que el Ejército Popular de Liberación responde directamente a la autoridad del Partido Comunista y a su figura como comandante supremo.
La parada incluyó blindados de nueva generación, cazas furtivos, misiles hipersónicos, drones de combate y sistemas de guerra electrónica. Cada pieza fue seleccionada con un mensaje implícito: mostrar que China se prepara para escenarios de confrontación, incluida la posible ofensiva sobre Taiwán, que Pekín considera un objetivo irrenunciable para antes de 2027.
La presencia de Putin fue interpretada como el gesto diplomático más relevante. Xi lo presentó como invitado de honor, reforzando la narrativa de una alianza estratégica con Rusia en materia energética y militar. Apenas semanas atrás, ambos países realizaron maniobras conjuntas en el Mar de Japón, lo que despertó recelos en Corea del Sur y Japón.
El factor novedoso fue la participación de Kim Jong-un, que rompió décadas de ausencia norcoreana en ceremonias chinas de este tipo. Para Pyongyang, la oportunidad es doble: subrayar su acercamiento a Moscú tras la invasión de Ucrania y reactivar vínculos con Pekín, que se habían enfriado en los últimos años.
Más allá del aspecto militar, el acto tuvo un marcado componente diplomático y simbólico. A la tribuna asistieron 26 jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos los de Irán, Cuba, Bielorrusia y Serbia, lo que permitió a Pekín proyectar la imagen de un bloque alternativo al orden internacional liderado por Washington.
La cita envía un mensaje claro: China busca consolidarse como centro de gravedad de un eje euroasiático dispuesto a desafiar la hegemonía occidental. Para Xi, el desfile fue tanto un homenaje histórico como una exhibición de poder político en un tablero mundial cada vez más polarizado.
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