LA HABANA, Cuba — En una casa de placa en Marianao, entre gallinas sueltas, un ventilador ruso de los años 80 y un altar que parece patrocinado por Amazon Prime, el Padrino Justo organiza lo que él llama un “Ebbó Deluxe”, una limpieza espiritual adaptada al siglo XXI… y a lo que mandaron en la última pacotilla.
“Esto lleva coco, cascarilla, aguardiente y una tarjeta de regalo de Walmart. ¿Quién dijo que los orishas no se modernizan?”, asegura mientras coloca cuidadosamente una vela aromática “Glade” (fragancia: manzana con canela) al pie de una imagen de Eleguá con gafas Ray-Ban puestas.
El Ebbó, en la Regla de Ocha o santería, es una ofrenda ritual para restablecer el equilibrio espiritual. Pero en tiempos de carencias, los ingredientes tradicionales se ven “ajustados” con una lógica muy cubana: lo que no hay, se inventa. Lo que no sirve, se adapta. Y lo que viene del Yuma, es sagrado (aunque sea un shampoo Head & Shoulders).
“¿Tú sabes lo difícil que está encontrar maíz tostado? Pero mi ahijado me mandó unos Corn Nuts de Publix y eso da tremenda fuerza espiritual,” explica la madrina Yeya, mientras le echa colonia Jean Nate a un coco partido en dos. “Y si no hay velón, se usa linterna recargable. ¡Lo importante es la luz, no de dónde venga!”
En otro rincón, la santera Maritza realiza un Ebbó colectivo en el portal con una gallina de plástico, un iPad con el canto de Oriki en Spotify y un pomo de Vicks VapoRub para limpiar las malas vibras del pecho astral. Todo se cobra en MLC, en efectivo, o a través de un primo con cuenta en Miami.
“Olokun me pidió siete peces. No hay. Le puse siete latas de atún Bumble Bee. No se ha quejado,” comenta un babalawo con tono serio mientras amarra una cinta azul a una estatuilla de Yemayá que, curiosamente, lleva un salvavidas de piscina inflable.
Esta nueva modalidad del sincretismo cubano —donde Changó convive con desodorante Old Spice y Obbatalá recibe ofrendas de galletas Oreo— es reflejo directo de la economía, la diáspora y el eterno talento nacional para resolver.
Pero más allá del humor, hay una verdad cultural: el Ebbó, en su esencia, sigue siendo un acto de fe. Aunque los elementos cambien, aunque el altar tenga luces LED y aunque la gallina sea de goma y diga “Made in China”, el cubano no deja de creer. Solo cambia de proveedor.
Porque si hay algo que los orishas deben haber entendido después de tantos años en Cuba es que aquí la espiritualidad es fuerte, pero más fuerte es el ingenio con el que se le hace frente al día a día.
Y si no, siempre se puede mandar otro paquete.