El 27 de febrero de 2025, el activista yemení Luai Ahmed levantó la voz en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra, con un discurso que ha puesto en evidencia lo que muchos prefieren ignorar: la doble moral de la comunidad internacional respecto a Israel y las tragedias que sacuden al mundo árabe.
En una intervención directa y sin concesiones, Ahmed cuestionó por qué el último informe del Alto Comisionado de la ONU mencionaba a Israel 188 veces, pero omitía por completo a Irán, país que financia, arma y entrena a grupos terroristas como Hamás, Hezbolá y los hutíes, responsables de ataques masivos contra el Estado hebreo. “¿Cómo se puede hablar del conflicto mientras se ignora al verdadero promotor del terrorismo en la región?”, preguntó con firmeza.
El activista no se limitó al tema israelí-palestino. Recordó al pleno las crisis silenciadas: en Yemen, su país, más de medio millón de personas han muerto en la última década, víctimas de guerra y hambruna. En Sudán, más de 150.000 personas han sido asesinadas en menos de dos años. En Siria, la cifra de víctimas supera el medio millón. “¿Dónde están las banderas de Yemen, Sudán y Siria? ¿Dónde están las protestas, las marchas, la indignación internacional cuando los árabes matan a millones de árabes?”, cuestionó.
La fuerza de sus palabras puso el dedo en la llaga: mientras organismos internacionales, la prensa occidental y hasta la Unión Europea insisten en señalar a Israel como único responsable del conflicto, se ignoran deliberadamente otras tragedias humanas mucho más sangrientas en cifras y alcance. Aún más grave resulta —como denunció Ahmed— que países como Catar, que financian y protegen a los líderes de Hamás en hoteles de lujo, ocupen un asiento en el propio Consejo de Derechos Humanos.
La pregunta es inevitable: ¿por qué el mundo mira con lupa cada acción de Israel mientras calla ante crímenes mucho mayores en el mundo árabe? ¿Por qué se relativiza el genocidio del 7 de octubre, cuando miles de israelíes fueron brutalmente asesinados y secuestrados, y aún así se culpa a las víctimas?
Occidente, tan dispuesto a enarbolar consignas de “justicia” y “derechos humanos”, muestra una incoherencia peligrosa. La obsesión con condenar a Israel mientras se ignoran las matanzas en Yemen, Sudán o Siria revela no solo hipocresía política, sino un sesgo ideológico que legitima a los verdugos y abandona a las verdaderas víctimas.
El discurso de Luai Ahmed es un recordatorio incómodo, pero necesario: si la ONU y la prensa internacional no son capaces de aplicar el mismo estándar a todas las crisis, entonces no están defendiendo los derechos humanos, sino intereses políticos. E Israel, una vez más, se convierte en el chivo expiatorio de un mundo que prefiere callar ante sus propias contradicciones.
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