El 9 de noviembre de 1932, el pequeño pueblo pesquero de Santa Cruz del Sur, en la provincia cubana de Camagüey, se convirtió en el escenario de una de las peores tragedias naturales de la historia de Cuba. Un huracán de categoría 5, conocido como el Huracán de Santa Cruz del Sur, arrasó la región, dejando un saldo de más de 3,000 muertos, incontables heridos y una comunidad completamente devastada.
La furia del ciclón
Con vientos que superaron los 250 kilómetros por hora, el huracán no solo destruyó viviendas y embarcaciones, sino que trajo consigo una marea de tormenta que arrasó con todo a su paso. La ola gigante, que se estima alcanzó entre 6 y 9 metros de altura, penetró tierra adentro más de 20 kilómetros, arrastrando consigo personas, animales y todo tipo de estructuras.
Lo ocurrido en Santa Cruz del Sur fue tan impactante que se creyó, erróneamente, que había sido provocado por un “ras de mar”, un fenómeno asociado a tsunamis. Sin embargo, estudios posteriores confirmaron que fue una marea de tormenta, generada por la intensidad del huracán y su presión atmosférica extremadamente baja.
Historias que perduran
Entre las numerosas anécdotas de aquel fatídico día, una destaca por su dramatismo. Se cuenta que una joven madre, al ver cómo la marea arrasaba su hogar, ató a sus dos hijos pequeños a su cintura con la esperanza de mantenerse juntos. Lamentablemente, sus cuerpos fueron encontrados días después, unidos por el mismo cordón que simbolizaba su amor y desesperación.
Otra historia conmovedora es la de un pescador llamado Ramón, quien había zarpado unas horas antes de que el huracán golpeara. Al regresar, encontró su pueblo reducido a escombros y perdió a toda su familia. Ramón dedicó el resto de su vida a construir un monumento en memoria de las víctimas, una cruz de madera que aún se conserva como recordatorio de la tragedia.
Sin embargo, también surgieron curiosidades y leyendas en torno a este evento. Se dice que un grupo de pescadores había visto luces misteriosas en el horizonte la noche antes del huracán, lo que generó especulaciones sobre presagios sobrenaturales. Además, algunos habitantes relataron haber oído un “silbido fantasmal” que precedió a la tormenta, un sonido que asociaron con el aviso de la naturaleza.
Otra historia popular es la de un perro llamado “Sultán”, que logró salvar la vida de una niña guiándola hacia un lugar elevado antes de que la marea arrasara el área. La niña, sobreviviente del desastre, se dedicó a cuidar del animal hasta el fin de sus días, convirtiendo a Sultán en un símbolo de esperanza para el pueblo.
Falta de preparación
En aquella época, Cuba carecía de sistemas de alerta temprana. Las comunidades dependían de informaciones limitadas y poco precisas sobre los huracanes, lo que contribuyó al alto número de víctimas. En Santa Cruz del Sur, los habitantes no tuvieron tiempo de evacuar ni de tomar medidas para protegerse.
Un legado de resiliencia
La tragedia de 1932 marcó un antes y un después en la historia de la meteorología en Cuba. A raíz de este evento, se comenzaron a implementar sistemas de monitoreo más avanzados, aunque el verdadero progreso en este campo no llegaría hasta décadas después.
En noviembre de 2008, el huracán Paloma impactó nuevamente en Santa Cruz del Sur. Aunque las pérdidas humanas fueron menores gracias a las evacuaciones preventivas, la destrucción material fue considerable. Este evento recordó a la comunidad que, aunque mucho se ha avanzado, los desafíos persisten.
Reflexiones sobre el futuro
El huracán de 1932 nos deja una lección vital: la importancia de la preparación y la prevención. En un mundo cada vez más afectado por el cambio climático, los eventos extremos son más frecuentes e intensos. Las comunidades costeras, como Santa Cruz del Sur, deben estar equipadas con sistemas de alerta temprana, planes de evacuación y una infraestructura resiliente.
Honrar la memoria de las víctimas no solo implica recordar la tragedia, sino también trabajar para garantizar que desastres similares no vuelvan a cobrarse tantas vidas. La historia de Santa Cruz del Sur nos recuerda que, aunque la naturaleza puede ser implacable, la solidaridad y la preparación pueden marcar la diferencia entre la vida y la muerte.