La Necrópolis de Colón en La Habana es un lugar impregnado de mitos y leyendas, y una de las más populares y queridas es la de Amelia Goyri, conocida por todos como «La Milagrosa». Su historia ha perdurado a lo largo de los años, convirtiéndose en un símbolo de amor y devoción que trasciende el tiempo.
Amelia Goyri: una historia de amor truncada
Amelia Goyri de la Hoz, joven perteneciente a la aristocracia cubana, vivió una intensa historia de amor con su primo, José Vicente Adot y Rabell. Desde muy jóvenes se amaban, pero la oposición de las familias, debido a la falta de posición económica de José Vicente, les obligó a mantener su relación en secreto por varios años. Tras mucho sufrimiento y dificultades, finalmente pudieron casarse el 25 de junio de 1900, una vez que José Vicente ganó reconocimiento tras su participación en la guerra y la aprobación de la familia de Amelia.
La felicidad de la pareja, sin embargo, duró poco. Amelia quedó embarazada y, a los ocho meses, sufrió complicaciones graves durante el parto que llevaron a su muerte y la de su hija. El 3 de mayo de 1901, José Vicente perdió a su esposa y a su hija, un golpe devastador que afectó su salud mental, dejándolo con la creencia de que Amelia simplemente estaba dormida.
El peregrinaje diario de José Vicente
Devastado por la pérdida, José Vicente comenzó un ritual diario de visitas a la tumba de Amelia. La familia de ella quería enterrarla en el Panteón de los Marqueses de Balboa, pero José Vicente se opuso, decidiendo darle sepultura en una bóveda cercana a la Capilla Central, en el campo común No. 28. Según la costumbre de la época, madre e hija fueron enterradas juntas.
Cada mañana, el viudo visitaba el cementerio vestido de negro, tocando tres veces la tumba con la aldaba, como si intentara despertar a su amada. Colocaba flores frescas, le hablaba de su vida diaria y le pedía consejos, siempre despidiéndose sin dar la espalda al sepulcro, como dictaba la etiqueta al tratar con una dama.
La inmortalización de Amelia
El escultor cubano José Vilalta Saavedra, conmovido por la historia, decidió inmortalizar a Amelia en mármol de Carrara. A partir de una fotografía, creó una escultura de la joven madre sosteniendo a su hija en brazos, que fue colocada sobre la tumba en 1909. La figura de Amelia, vestida con una fina túnica y apoyada en una cruz, se convirtió en un símbolo de amor eterno.
De Amelia a La Milagrosa
Con el tiempo, comenzaron a circular rumores sobre los supuestos poderes milagrosos de Amelia, ganándose el apodo de «La Milagrosa». José Vicente, aunque inicialmente se opuso a la veneración popular, no pudo detener la creciente creencia en sus dones sobrenaturales. Según la tradición, 13 años después de su entierro, al abrir su tumba, encontraron el cuerpo de Amelia intacto, sosteniendo a su hija en el mismo gesto maternal que refleja la escultura. A partir de ese momento, su fama se consolidó.
Un legado que perdura
Hasta el día de hoy, La Milagrosa recibe visitas diarias de personas que acuden a pedir favores y agradecer los milagros concedidos. Siguiendo el mismo ritual que José Vicente, los peregrinos tocan la tumba tres veces, colocan flores frescas y dejan ofrendas, manteniendo viva una tradición que ha trascendido generaciones. La historia de Amelia Goyri se ha convertido en un emblema de fe y devoción, no solo en Cuba, sino en toda América Latina.
Al morir José Vicente, fue sepultado junto a su amada, cumpliendo así su deseo de estar eternamente con ella. La tumba de La Milagrosa, adornada con flores frescas y vestidos para su hija, sigue siendo un lugar de peregrinación donde el amor y la fe se entrelazan en cada visita.