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Indignación por video de Sandro Castro: mujeres reducidas a objeto sexual en su “Critash Challenge”

Una nueva polémica rodea a Sandro Castro, nieto del fallecido Fidel Castro, tras publicar en Instagram un video que ha sido ampliamente criticado por su contenido machista, vulgar y denigrante hacia las mujeres, además de promover un lenguaje discriminatorio hacia la comunidad LGBTQ+.

En el video, que el propio Sandro llama el “Critash Challenge”, se lo ve bailando y repitiendo estribillos con frases que cosifican y ridiculizan a las mujeres, refiriéndose a ellas con términos como “vampira” y, de manera ofensiva, como “tortillash”, una palabra utilizada despectivamente para referirse a mujeres homosexuales. La grabación no solo exhibe una actitud frívola frente a la realidad social de Cuba, sino que reduce a las mujeres a piezas de entretenimiento sexual, al servicio del ego y la mentalidad misógina de quien lo protagoniza.

La música y el tono del video promueven la idea de que las mujeres existen para seducir, satisfacer o ser clasificadas por su orientación sexual, proyectando una imagen degradante, alejada de todo respeto y empatía. Este tipo de contenido no puede ser visto como “humor” o “diversión inofensiva”, sino como una expresión clara de sexismo, disfrazada de fiesta.

El uso del término “tortillash”, en particular, ha sido duramente rechazado por activistas y usuarios en redes sociales, quienes lo identifican como un ataque directo contra mujeres lesbianas y como parte de una cultura que sigue perpetuando el machismo y la lesbofobia con total impunidad. En una sociedad que aún lucha por erradicar la violencia simbólica y verbal contra las mujeres, estas expresiones no hacen más que reafirmar estereotipos tóxicosque tanto daño han causado.

En un país donde millones de mujeres enfrentan diariamente la precariedad, los apagones, la carga de los cuidados y la violencia estructural, que un joven heredero de privilegios reduzca su imagen femenina a una caricatura sexual en redes sociales resulta no solo ofensivo, sino profundamente irresponsable.

Sandro, conocido por su vida de lujos y exceso, vuelve a mostrar una desconexión total con la Cuba real, esa donde las mujeres luchan por sobrevivir con dignidad, no para alimentar las fantasías retrógradas de una élite desconectada.

Este episodio debería abrir un debate serio sobre los límites del discurso público y la responsabilidad ética de quienes tienen plataformas e influencia, especialmente en un país donde las voces femeninas merecen respeto, visibilidad y protección, no burlas disfrazadas de “challenges”.

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