¿Ha oído usted el cuento de la buena pipa?
¿Y si lo ha oído, lo recuerda?
Ese relato que nunca termina, que se repite sin desenlace, que vuelve una y otra vez disfrazado de novedad aunque todos conocen ya el truco.
Así funciona, año tras año, el discurso energético en Cuba: un cuento circular, sin final, donde la esperanza se recicla y la realidad se mantiene en penumbras. La más reciente versión la protagoniza el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy, quien el 5 de diciembre de 2025 aseguró en una entrevista con el diario oficial del Partido Comunista que 2026 traerá una «ligera mejoría» en los apagones. Una luz al final del túnel, dice. Una frase escuchada tantas veces que ya forma parte del folclore energético nacional.
Según explicó el ministro, cuatro unidades termoeléctricas —Céspedes 3 y 4 en Cienfuegos, Renté 5 en Santiago de Cuba y Este Habana 2— culminarán sus mantenimientos capitales y volverán a operar en los primeros meses del año. Se sumarán además 1.000 megavatios de energía solar fotovoltaica, que actualmente permiten reducir parcialmente los cortes diurnos. En su valoración final, la promesa es prudente: habrá cierta mejoría, pero persistirán las afectaciones por falta de combustible.
Traducido al lenguaje cotidiano del cubano de a pie: habrá un poco más de luz, pero el alivio será limitado. Porque el problema central —el déficit crónico de fuel oil— no desaparece, y las plantas más críticas del sistema, como Guiteras y Felton, continuarán acumulando paradas programadas, fallas imprevistas y demoras estructurales.
La narrativa recuerda inevitablemente a la del año anterior. Y al anterior. Y al anterior. En 2024, el propio de la O Levy hablaba de una recuperación acelerada; en 2025, se anunciaron reducciones significativas en los apagones durante el verano. Sin embargo, un colapso masivo dejó a la isla en completa oscuridad durante horas. Lo que siguió fue la misma secuencia conocida: explicaciones, promesas y una lista interminable de obstáculos —falta de repuestos, averías, tensiones financieras, dependencia de combustibles fósiles, y el antiguo enemigo externo que siempre sirve de coartada.
La realidad ha sido más contundente que cualquier discurso. El 2025 quedará registrado como uno de los años más críticos: apagones de más de 24 horas en varias provincias, hospitales funcionando con generadores al límite, familias enteras intentando dormir bajo el resplandor tenue de una pantalla de celular. Expertos como Jorge Piñón, de la Universidad de Texas, lo han descrito con precisión académica: un sistema al borde del colapso total, sin señales de recuperación inmediata.
La energía solar ofrece cierto respiro durante el día, pero cuando cae la noche, la isla regresa a una época donde la electricidad es un privilegio intermitente. Mientras tanto, el discurso oficial insiste en la “transición energética” y en un uso “racional” del consumo, mientras millones de ciudadanos continúan adaptando su vida a un sistema que funciona por horas y por suerte.
¿Ha oído usted el cuento de la buena pipa?
Si la respuesta es sí, entonces ya sabe lo que viene: no tiene final, no cambia el giro, no aporta un desenlace. Se repite con nuevos matices, nuevas fechas y los mismos protagonistas.
Tal vez algún día el final llegue. Tal vez en 2027, o en 2030, o en un futuro donde las promesas no dependan de los megavatios que falten en la red. Pero por ahora, en esta Cuba acostumbrada a esperar, la única constante es la ironía: una nación con una historia que ilumina al mundo, pero que lucha cada noche por iluminar sus propias calles.
Y así continúa el cuento.
O mejor dicho: continúe usted escuchando la buena pipa.
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