El Templete, ese pequeño y encantador edificio neoclásico que se alza en la Plaza de Armas de La Habana Vieja, no es solo un vestigio de la arquitectura del siglo XIX, sino también un testigo silencioso de la historia fundacional de la ciudad y de las tradiciones religiosas cubanas. Este espacio, tan modesto como significativo, encierra en su interior y en su entorno una narrativa que conecta a los habaneros con su pasado y su identidad cultural.
Inaugurado en 1828, El Templete fue construido en el sitio donde, según los relatos históricos, se celebró la primera misa católica en la capital cubana el 16 de noviembre de 1519. Bajo la sombra de una gran ceiba, que entonces marcaba ese lugar sagrado, los fundadores de la Villa de San Cristóbal de La Habana dieron inicio a lo que sería una de las ciudades más emblemáticas del Caribe. Desde entonces, la ceiba ha sido reemplazada varias veces, y la actual, sembrada en 2016, continúa siendo el centro de las tradiciones religiosas y populares que se celebran cada 15 de noviembre.
Pero más allá de su arquitectura grecorromana y su importancia histórica, El Templete encarna el sincretismo cultural y religioso que define a Cuba. Durante siglos, los feligreses han circunvalado la ceiba para pedir deseos, mezclando oraciones católicas con elementos de la religión yoruba, una fusión que refleja la riqueza espiritual de la isla. Esta práctica, que atrae tanto a creyentes como a curiosos, se mantiene viva como un recordatorio de las complejas raíces culturales de la nación.
Sin embargo, no todo en este rincón de La Habana Vieja es historia gloriosa. A pocos metros de El Templete se encuentra la calle Narciso López, conocida como la calle más corta de La Habana, con solo 20 metros de largo. Esta estrecha vía, adoquinada y con múltiples nombres a lo largo de los siglos, simboliza la modesta escala de algunos espacios urbanos de la ciudad, en contraste con las ambiciosas pretensiones arquitectónicas de épocas pasadas.
El cuidado del patrimonio histórico y cultural de lugares como El Templete ha sido impulsado en gran medida por el esfuerzo del fallecido historiador Eusebio Leal Spengler, cuyo legado aún resuena en cada rincón restaurado de La Habana Vieja. Pero también invita a reflexionar sobre los desafíos de mantener vivas estas joyas en un contexto donde los recursos escasean. La misma ceiba, símbolo central de este lugar, ha sido reemplazada varias veces debido al impacto del entorno salino y el paso del tiempo.
Mientras tanto, la contradicción que persiste en La Habana no puede pasarse por alto. Lugares como El Templete reciben la atención que merecen, mientras otras áreas históricas enfrentan un deterioro alarmante. Si bien celebrar el pasado y preservar los espacios emblemáticos es esencial, no debemos olvidar que el verdadero patrimonio de La Habana también reside en las historias vivas de sus habitantes, aquellos que luchan cada día por mantener su legado cultural frente a las adversidades actuales.
En este aniversario 505 de La Habana, El Templete y su ceiba nos recuerdan la resiliencia de una ciudad que ha sobrevivido siglos de cambios, pero también nos invitan a mirar hacia adelante con un compromiso renovado de cuidar su historia y su gente.