“Ningún cubano será jamás abandonado, ni vivirá en las calles de Cuba cuando llegue la Revolución,” dijo Fidel Castro en su icónica obra La Historia me Absolverá. Esa promesa, que marcó un compromiso de cuidado y justicia social, hoy parece lejana y desdibujada en la realidad que enfrenta el país. En las calles del municipio de Regla, en La Habana, un hombre yace en el abandono, durmiendo en el portal de un edificio entre una panadería y una farmacia. Su estado es preocupante: desaseado, enfermo y con ambas piernas afectadas por una linfangitis, una de ellas en avanzado estado de infección y putrefacción. Es un hombre que necesita asistencia urgente, y su imagen plantea serias interrogantes sobre el alcance de los valores que alguna vez sostuvieron el discurso revolucionario.
Según testimonios de vecinos y transeúntes, se ha intentado en múltiples ocasiones alertar a las autoridades locales sobre su situación, pero la respuesta de la policía ha sido que este caso “no es problema de ellos”. Tal afirmación revela una preocupante desatención hacia la protección de aquellos ciudadanos que, por razones de salud, económicas o sociales, han terminado en condiciones de extrema vulnerabilidad. La seguridad y el bienestar de las personas deberían ser prioridades para cualquier gobierno, y la falta de respuesta institucional ante esta situación resalta una desconexión entre el discurso oficial y la realidad que viven muchos cubanos.
El caso de este hombre en Regla no es un evento aislado; representa una situación recurrente en varias ciudades del país. La pobreza y el desamparo se han hecho visibles en las calles, evidenciando las limitaciones de un sistema de apoyo social que se ha ido deteriorando con el tiempo. Aunque históricamente se ha insistido en que el sistema cubano cuida de todos sus ciudadanos, los casos de personas sin hogar y sin acceso a una atención mínima reflejan una incapacidad para cumplir esa promesa en un momento en que las condiciones económicas son cada vez más difíciles para la mayoría.
El contraste entre la élite y el pueblo
Una realidad difícil de ignorar es el contraste entre la situación de los ciudadanos más vulnerables y la de los dirigentes de todos los niveles en el país. A menudo, las imágenes de las autoridades muestran una apariencia física robusta, una salud que contrasta notoriamente con la delgado y, en ocasiones, desnutrido aspecto de muchos ciudadanos de a pie. Este contraste es alarmante, pues mientras la mayoría del pueblo enfrenta serias dificultades para acceder a alimentos y recursos básicos, el aspecto de los dirigentes da la impresión de una vida que parece ajena a la escasez y la precariedad. Esta disparidad plantea una pregunta inevitable: ¿cómo es posible que en un sistema que debería basarse en la equidad y la justicia, los dirigentes exhiban una apariencia de bienestar mientras la gente común batalla día a día para subsistir?
Una responsabilidad institucional pendiente
En este contexto, la situación de personas como el hombre de Regla desafía la imagen que se quiere proyectar de un país solidario y con un sistema de salud y asistencia social para todos. La desidia en la respuesta de las autoridades, junto a la ausencia de una red efectiva de asistencia a personas en situación de calle, plantea una duda sobre el cumplimiento de los principios de la Revolución en los que se prometía que nadie quedaría desamparado. Un sistema comprometido con el bienestar de su población debería ser capaz de proporcionar una respuesta adecuada para los casos de extrema necesidad.
Para muchos cubanos, la imagen de este hombre en estado crítico no solo evoca compasión, sino también una reflexión sobre el rumbo que ha tomado el país. ¿Es este el futuro que se prometió? La historia de Cuba está llena de sacrificios y de esperanzas de cambio y mejora, pero esas promesas deben estar respaldadas por acciones tangibles que respondan a las necesidades de la población, especialmente de los más vulnerables.
El papel de la comunidad y la responsabilidad colectiva
Es innegable que la comunidad local ha intentado ayudar, alertando a las autoridades y mostrando su preocupación, pero en última instancia, la responsabilidad de proteger y asistir a estos ciudadanos debe recaer en las instituciones del Estado. La solidaridad comunitaria es una muestra de humanidad, pero es insuficiente frente a la magnitud de los problemas que enfrenta el país. Las personas sin hogar, los enfermos y aquellos en situaciones de extrema vulnerabilidad requieren de políticas claras y efectivas que les aseguren el acceso a la atención médica y al cuidado básico.
Este caso y otros similares evidencian la necesidad de un cambio en las prioridades de la política social cubana. No se trata únicamente de un problema económico; se trata de una cuestión de voluntad y compromiso con los principios de igualdad y justicia social que se prometieron al pueblo cubano. Es fundamental que el Estado y sus instituciones reconozcan que la situación actual requiere de una atención urgente y que es su responsabilidad garantizar que ningún cubano viva en las condiciones que enfrenta el hombre en Regla.
Reflexión final
El abandono en que se encuentran algunos ciudadanos, la falta de respuesta de las autoridades y el evidente contraste entre la situación de los dirigentes y la del pueblo llano, son síntomas de una crisis que va más allá de lo económico. Es una crisis de valores y de compromiso con aquellos ideales de equidad y justicia que una vez impulsaron la Revolución. En un país donde el gobierno siempre ha proclamado el cuidado de todos, cada caso de abandono debería ser una llamada de atención y una oportunidad para reflexionar sobre el camino que se está tomando.
La promesa de que “ningún cubano será abandonado” necesita ser más que un ideal histórico; debe ser un principio vivo que se refleje en políticas concretas y en un sistema verdaderamente inclusivo. De lo contrario, esa frase solo será un eco vacío en la memoria de un pueblo que merece más que palabras.