A medida que Gaza se hunde en una profunda crisis humanitaria marcada por el colapso del orden público y una escasez crítica de alimentos, nuevos actores no estatales emergen como los únicos capaces de garantizar el paso de la ayuda humanitaria. En medio de un escenario de saqueos, enfrentamientos armados y una creciente desesperación, clanes locales armados como el Abu Mughsaib han asumido la protección de los convoyes de alimentos y medicinas, ante la imposibilidad de intervención de fuerzas oficiales.
Estos grupos actúan en una zona de extrema tensión, entre los retenes militares israelíes, los saqueadores armados que buscan revender los suministros, y la amenaza constante de multitudes desesperadas. Los convoyes humanitarios no solo son blanco de civiles hambrientos, sino también de bandas organizadas que han convertido la ayuda en un lucrativo botín.
“Si nos acercamos demasiado a las posiciones militares, corremos el riesgo de ser abatidos; si nos quedamos atrás, los saqueadores interceptan la carga”, explicó a CNN un miembro del clan Abu Mughsaib, que pidió el anonimato por motivos de seguridad. Asegura que su grupo ha perdido miembros tanto a manos de Hamas como del Ejército israelí, en un contexto donde nadie parece tener el control total del territorio.
Estos clanes, como los Tarabin, tribus beduinas históricas de la región, han comenzado a coordinarse con organizaciones internacionales como la OMS para proteger los suministros críticos, especialmente medicinas y productos para lactantes. Según declaraciones recogidas por CNN, en los casos más sensibles estas familias ofrecen sus servicios de manera voluntaria, aunque en otras ocasiones son remuneradas con fondos que cubren combustible, municiones y logística.
En uno de los videos entregados a la prensa, se observa a miembros del clan escoltando camiones a toda velocidad por la carretera Salah al-Din, disparando al aire para dispersar a los posibles saqueadores, mientras miles de personas corren desesperadamente en los márgenes del camino.
El caos es tal, que solo una fracción de los camiones que entran en Gaza desde los cruces fronterizos alcanza sus destinos previstos. Desde mayo, la ONU contabiliza más de 2.000 camiones descargados, pero apenas 260 llegaron a los puntos de distribución oficiales. El resto fue interceptado en el camino, ya sea por la fuerza o por multitudes hambrientas.
El gobierno israelí sostiene que Hamas roba parte de la ayuda, mientras que las Naciones Unidas acusan a Israel de imponer procedimientos burocráticos excesivos que ralentizan y bloquean los envíos. A su vez, una revisión interna del gobierno de EE.UU. concluyó que no hay pruebas de robo sistemático por parte de Hamas, lo que contradice las denuncias de Tel Aviv.
La situación alcanza niveles trágicos: según datos recientes de la ONU, más de 1.060 personas han muerto y 7.200 han resultado heridas en incidentes relacionados con la búsqueda de alimentos desde mayo. El Ministerio de Salud de Gaza estima que al menos 900.000 niños pasan hambre, y 70.000 presentan signos clínicos de desnutrición severa.
Eyad al-Masri, padre de familia con dos hijos y uno en camino, narró a CNN cómo fue apuñalado mientras intentaba llevar una caja de alimentos a su casa. Al salir del punto de distribución en Netzarim, un hombre armado intentó robarle el paquete. “Le ofrecí compartirlo, pero quería todo. Me apuñaló en la cabeza”, relató. Con ayuda de otros, logró recuperar parte del contenido, aunque herido.
La historia de al-Masri no es aislada. Para muchos, obtener comida se ha convertido en una hazaña que pone en riesgo la vida, en un territorio donde ni siquiera las rutas humanitarias están a salvo.
Los clanes, pese a estar armados, aseguran no querer sustituir a ninguna autoridad oficial, pero insisten en que alguien debe proteger la ayuda. “Tenemos instrucciones estrictas de no confrontar a civiles. Si una multitud intercepta un camión, lo dejamos. Preferimos no escalar la violencia”, explicó el portavoz del clan Abu Mughsaib.
Mientras tanto, la hambruna avanza, la ayuda se dispersa, los organismos internacionales enfrentan limitaciones operativas y la violencia es una constante en el trayecto hacia un plato de comida.
En un conflicto donde la vida se disputa a golpes, balas o cuchillos, la línea entre la ayuda y el caos es cada vez más delgada.
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