Un 5 de mayo de 1899, en un periódico de la ciudad de Matanzas, apareció por primera vez el poema “Mi Bandera”, del escritor y patriota Bonifacio Byrne. Aquella publicación no fue simplemente un ejercicio literario: fue un grito del alma, un reclamo de dignidad nacional, un símbolo de la resistencia espiritual de los cubanos frente a toda forma de dominación. 126 años después, esas palabras resuenan con una fuerza insospechada en una Cuba que, aún hoy, sigue marcada por el dolor, la incertidumbre y la lucha por su futuro.
Byrne regresaba a su patria tras un exilio forzado en Estados Unidos, en medio de la ocupación militar norteamericana que siguió a la Guerra de Independencia. Al arribar a la isla, contempló una imagen que lo desgarró: la bandera cubana ondeaba al lado de la estadounidense. Aquel contraste entre el símbolo de la patria anhelada y el pabellón de una nueva presencia extranjera provocó un estremecimiento en su conciencia, que desembocó en los poderosos versos de su poema:
“¿Dónde está mi bandera cubana,
la bandera más bella que existe?
¡Desde el buque la vi esta mañana,
y no he visto una cosa más triste…!”
Cada palabra de Byrne arde con una intensidad que no ha perdido vigencia. Su mensaje no hablaba solo de banderas, sino de soberanía, de dignidad, de una nación que no debía tolerar tutelas ni imposiciones externas. Su afirmación más recordada —“no deben flotar dos banderas donde basta con una: ¡la mía!”— se ha convertido en una frase tatuada en la memoria nacional.
Hoy, sin embargo, la realidad cubana parece aún plagada de signos de luto, como en los versos que siguen:
“Si deshecha en menudos pedazos
llega a ser mi bandera algún día,
¡nuestros muertos alzando los brazos
la sabrán defender todavía!”
La Cuba de 2025 atraviesa una de las crisis más profundas de su historia reciente. La escasez crónica de alimentos, la inflación descontrolada, el deterioro de los servicios públicos, los apagones prolongados, la falta de medicamentos y una emigración masiva sin precedentes han puesto en jaque la cotidianidad de millones. El pueblo cubano, agobiado por carencias materiales y por la pérdida de horizontes, parece vivir en un estado de espera suspendida, mientras muchos buscan desesperadamente una salida —por mar, por aire, o simplemente por evasión interior—.
En ese contexto, “Mi Bandera” no es una reliquia. Es una advertencia, un lamento, y también una promesa. Bonifacio Byrne no pedía una Cuba perfecta, sino una Cuba libre. No reclamaba prosperidad inmediata, sino el derecho a decidir su destino sin injerencias. Esa aspiración, más de un siglo después, sigue sin cumplirse del todo.
“Si un extraño se atreve a ofenderla,
¡verá entonces qué pueblo y qué raza,
cuando deba luchar y defenderla
sabe hacerlo sin perder la esperanza!”
El poema no fue escrito con nostalgia, sino con rabia contenida y fe ardiente. Y esa es quizá la mayor enseñanza que deja para el presente: que el amor a la patria no consiste en repetir consignas, sino en exigirle a la nación que sea digna de su gente. Que el verdadero patriotismo no se conforma con símbolos, sino que busca justicia, libertad y verdad.
Bonifacio Byrne escribió su dolor al ver dos banderas en un mismo cielo. Hoy, muchos cubanos viven un duelo más silencioso, viendo cómo se les escapa entre los dedos lo poco que queda de su nación. Pero si algo enseña “Mi Bandera”, es que aún en medio de la oscuridad más honda, hay quienes —como decía el poeta— saben luchar sin perder la esperanza.