La Navidad en Cuba volvió a ser un espejo incómodo de la desigualdad y la fractura social que atraviesa el país. Mientras millones de familias pasaron la Nochebuena y el 25 de diciembre sin electricidad, sin alimentos y sin posibilidades de celebrar, la esposa del presidente Miguel Díaz-Canel, Lis Cuesta Peraza, publicó un mensaje en redes sociales que reavivó el sentimiento de distancia entre el relato oficial y la vida real de la población.
“Porque fechas como estas deberían ser SOLIDARIDAD, desde todos y para todos, pero no sucede así. Encuentros y desencuentros con Santa Claus”, escribió Cuesta, acompañando sus palabras con una reflexión del exministro de Cultura Abel Prieto sobre símbolos navideños y capitalismo. Su mensaje no mencionó —ni de forma directa ni implícita— la situación de las familias que enfrentaron apagones de más de 14 horas, pérdida de alimentos y la imposibilidad de preparar una cena navideña mínima.
Ese silencio simbólico dolió especialmente en un contexto marcado por la profundización de la crisis energética y alimentaria. Según estimaciones de la Unión Eléctrica, más del 60% del país permaneció sin corriente durante el 24 y 25 de diciembre, con provincias enteras reportando cortes continuos y comunidades que acumulan días casi completos sin electricidad. Cocinar, almacenar alimentos o siquiera iluminar una sala resultó imposible para miles de hogares.
A la oscuridad se sumó la realidad económica. Con un salario mínimo en torno a los 2.100 pesos cubanos, preparar una cena navideña modesta —cerdo, arroz, frijoles y ensalada— puede superar los 7.000 CUP, cifra que multiplica el ingreso mensual de un trabajador estatal. La escasez agrava el golpe: carne de cerdo, pollo, arroz, huevos y aceiteaparecen a precios que muchos ya no pueden pagar.
El contraste resulta inevitable. Por un lado, un pueblo que sobrevive a fuerza de velas, carbón y resignación. Por otro, un entorno de poder donde servicios y suministros continúan asegurados, y desde el cual se invita a reflexionar sobre la “solidaridad” sin reconocer el vacío cotidiano que marca la vida de millones.
La Navidad —un día históricamente reservado para la familia, la mesa compartida y el encuentro— se convirtió nuevamente en Cuba en un recordatorio de la desigualdad y de la desconexión entre decisiones públicas y consecuencias privadas. En las redes, el mensaje de Lis Cuesta no se leyó como una invitación a la unión, sino como un recordatorio involuntario de que quienes toman decisiones no padecen la misma Cuba que dicen representar.
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