En un país donde la memoria cultural suele ser frágil y el reconocimiento a sus grandes figuras a menudo llega tarde o nunca, vale la pena detenerse a recordar la vida y el legado de Candita Batista Batista, una artista que no solo cantó con el alma, sino que también rompió moldes en la Cuba del siglo XX.
Nacida en Camagüey en 1916 y fallecida en esa misma ciudad en 2016, Candita Batista fue mucho más que una cantante. Fue una pionera, una mujer negra que desafió el racismo estructural y los prejuicios de género, abriéndose paso en escenarios nacionales e internacionales en una época en la que ser mujer y afrocubana equivalía a ser invisible. Su historia es también la historia silenciada de muchas artistas que brillaron sin que se les diera el lugar que merecían en vida.
Candita cultivó un amplio repertorio musical que abarcó desde guarachas hasta feeling, pasando por boleros, sones, rumbas y trova. Su interpretación de Angelitos Negros se convirtió en un himno contra la discriminación racial, y en una declaración artística de principios en tiempos donde la denuncia social no siempre encontraba eco.
Una carrera que empezó rompiendo reglas
A los 16 años, Batista se convirtió en la primera mujer solista en integrar una orquesta masculina en Camagüey: La Especial, dirigida por Víctor Agüero Boza y Aurelio Cedé. Aquello, en los años 30, no era simplemente talento; era una osadía.
En 1937 se trasladó a La Habana, donde formó parte de la orquesta de Obdulio Morales y se presentó en emblemáticos escenarios como el Teatro Martí. Desde allí, su carrera despegó a nivel internacional. En México compartió cartel con figuras como Tongolele y María Antonieta Pons. Luego, en Europa, firmó contrato con Columbia Records y cantó en teatros como el Olimpia de París y el Albéniz de Madrid, compartiendo escenario con leyendas como Josephine Baker, Nat King Cole y Charles Aznavour.
Nunca dejó de cantar
Pese a sus logros en el exterior, Candita regresó a Cuba en 1959, ya convertida en leyenda, y siguió cantando hasta el final. A los 94 años aún se presentaba con la orquesta Mokekeré, demostrando que el arte verdadero no se jubila. Su voz grave, cargada de emoción, seguía conmoviendo al público incluso cuando muchos habían olvidado su nombre.
Premios que llegaron tarde, pero llegaron
Entre los reconocimientos oficiales que recibió se encuentran la Medalla Alejo Carpentier y la Distinción por la Cultura Nacional del Ministerio de Cultura. También fue declarada Hija Ilustre y Distinguida de la Provincia de Camagüey. Pero ninguno de esos premios logra hacer justicia al valor simbólico de su carrera, ni al coraje silencioso con que enfrentó el racismo, el machismo y la exclusión a lo largo de toda su vida.
Un legado que no debe caer en el olvido
Candita Batista no fue simplemente “la Vedette Negra de Cuba”. Fue una mujer que se abrió paso donde no había caminos, que representó a los marginados desde una dignidad inquebrantable, y que llevó el nombre de Cuba con orgullo por el mundo cuando pocos querían ver más allá del prejuicio.
Su legado debe ser reivindicado no solo con homenajes formales o efemérides, sino con presencia en los programas escolares, en los medios y en la memoria viva de un país que, hoy más que nunca, necesita referentes de fuerza, autenticidad y coherencia.
Recordar a Candita Batista es también preguntarnos cuántas otras figuras como ella han sido silenciadas por razones de raza, género o clase. Y qué estamos haciendo para que eso no siga ocurriendo.
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