Durante el cierre del X Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, el presidente Miguel Díaz-Canel declaró que “Cuba vive bajo condiciones de guerra”, en referencia al bloqueo económico de Estados Unidos y a lo que denominó “bombas de desinformación y odio”. Insistió, además, en la necesidad de volver a la doctrina de Fidel Castro como guía para resistir el difícil momento económico que atraviesa el país.
Pero más allá del discurso, muchos cubanos interpretan esa “guerra” de otra manera. Para la ciudadanía, la guerra no viene de fuera. La viven cada día cuando intentan encontrar alimentos básicos, medicamentos, transporte o simplemente mantener encendida una bombilla en medio de los apagones. La viven cuando el salario apenas alcanza para subsistir y cuando el esfuerzo individual se ve constantemente limitado por trabas, ineficiencias y falta de respuesta efectiva desde las instituciones.
No se trata de negar los efectos del bloqueo. Sería injusto. Las sanciones han causado daños reales y su uso ha sido ampliamente cuestionado incluso a nivel internacional. Pero tampoco se puede seguir reduciendo toda la responsabilidad a factores externos cuando hay problemas estructurales dentro del propio país que llevan años sin resolverse.
Cuando se habla de guerra, habría que incluir también la creciente distancia entre quienes gobiernan y quienes sobreviven. Entre los discursos solemnes y la realidad dura del cubano de a pie. Porque hay una fatiga acumulada, una desconfianza silenciosa y una necesidad urgente de algo más que resistencia: de soluciones, de transparencia, de decisiones efectivas que conecten con las verdaderas prioridades del pueblo.
Evocar figuras del pasado como Fidel Castro puede tener un valor simbólico, pero el presente exige ideas nuevas, ajustes concretos y una voluntad política real de escuchar. Los tiempos han cambiado, y la población también. Hoy muchos jóvenes no se conforman con resistir; quieren mejorar, quieren decidir, quieren futuro.
Hablar de guerra, sin reconocer todas sus dimensiones, es hablar a medias. Cuba necesita que se le hable con honestidad, sin consignas, y que se actúe con sentido de urgencia y compromiso. Porque resistir sin rumbo no es resistencia: es desgaste. Y si de verdad se quiere vencer esta crisis, hay que empezar por cerrar la brecha entre el discurso oficial y la vida real.
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