Por Redacción CubaHerald | Opinión
Hay días —cada vez más frecuentes— en que sentarse frente al teclado en busca de una buena noticia que contar sobre Cuba es un ejercicio inútil, casi desgarrador. No se trata de pesimismo profesional, ni de una inclinación cínica hacia el drama o el conflicto. Es una realidad palpable: encontrar una historia que inspire, que levante el ánimo, que devuelva la esperanza, se ha vuelto extraordinariamente difícil.
Vivimos rodeados de crisis superpuestas: apagones interminables, colapsos del transporte, hospitales sin recursos, accidentes fatales, migración desesperada, represión silente o explícita, inflación sin freno, indiferencia oficial, y un aparato estatal que parece funcionar más por inercia que por sentido común. Publicar estas verdades se ha convertido en un deber informativo, pero también en un acto doloroso.
A veces, como medio de prensa, anhelamos profundamente compartir una historia distinta, aunque sea modesta: un grupo de niños recibiendo sus uniformes escolares a tiempo, una comunidad que logra rescatar un espacio público, un agricultor que vence las limitaciones del sistema y produce con orgullo. Pero son escasas, o están ocultas tras un manto de datos manipulados o titulares con propaganda. No se trata de esconder la realidad, sino de equilibrarla, de no hundirnos —ni hundir a nuestros lectores— en la desesperanza permanente.
Porque también nosotros somos parte de este pueblo que lee, sufre y resiste. También nos pesan las malas noticias, nos impactan las tragedias y nos exasperan las reuniones vacías con discursos que no tocan la vida real de nadie. Nos duele repetir una y otra vez lo mismo: más crisis, más retroceso, más abandono. Y sin embargo, lo hacemos. Porque callarlo sería peor.
Publicar continuamente miseria y dolor no es una estrategia editorial, es un reflejo del país que tenemos frente a nosotros. Pero eso no impide que, como periodistas, sintamos una especie de agotamiento moral. Cuba necesita, desesperadamente, buenas noticias. Y no hablamos de triunfos impuestos o titulares decorados con triunfalismo oficialista. Hablamos de hechos reales que devuelvan algo de luz a una sociedad desgastada por décadas de promesas incumplidas y carencias acumuladas.
Más que nunca, el cubano necesita motivos para creer que algo puede mejorar, aunque sea en lo pequeño, en lo cotidiano. Necesita saber que su esfuerzo no es en vano, que su vecino logró algo positivo, que una madre pudo curar a su hijo, que un joven construyó un futuro sin irse del país. Nosotros también lo necesitamos. Porque el periodismo no vive solo de denunciar: también respira a través de la esperanza.
Hoy, al no encontrar esa noticia alentadora, escribimos esta reflexión. No es la historia que queríamos publicar, pero es honesta. Y si alguien del otro lado de la pantalla se siente identificado con este vacío, con este cansancio, con esta búsqueda estéril de algo que nos alegre el alma… al menos sabrá que no está solo.
Quizás mañana tengamos mejores noticias. O quizás debamos seguir buscando. Lo único seguro es que no dejaremos de mirar con ojos críticos y con el corazón abierto.
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