En un intento por revitalizar el turismo y resolver los persistentes problemas de escasez de combustible, Cuba ha implementado una política que permite la compra de combustible para turistas en divisas extranjeras. Aunque esta medida ha eliminado las largas colas y el malestar entre los visitantes, las trampas del burocratismo siguen socavando la experiencia turística en la isla.
Un reciente viaje a Camagüey ilustra los desafíos que enfrentan los turistas. Al llegar, un visitante fue informado de que necesitaba adquirir una tarjeta específica para comprar combustible, ya que las tarjetas de crédito estadounidenses no son aceptadas. Aunque adquirió una tarjeta local «Red», esta solo funcionó en Camagüey. Al viajar a Santa Lucía, un destino turístico ahora marcado por edificaciones en ruinas y descuidadas, se encontró con que su tarjeta no era válida y que necesitaba otro tipo de tarjeta, «clásica», para realizar compras.
Además, se le indicó que las tarjetas con chip no eran aceptadas debido a que los terminales de punto de venta (TPV) solo leían tarjetas con banda magnética. Este requerimiento obligó al turista a realizar una compra adicional en una casa de cambio, donde, aunque la atención fue positiva, el sistema de tarjetas falló nuevamente por problemas técnicos. La falta de una respuesta eficiente al problema y una atención al cliente deficiente sólo agregaron frustración a la experiencia.
Este incidente no es un caso aislado, sino un reflejo de una serie de problemas estructurales que afectan al sector turístico cubano. A pesar de los intentos de modernización y apertura económica, el burocratismo y la mala gestión siguen siendo obstáculos significativos. Turistas internacionales, en búsqueda de una experiencia fluida y agradable, se encuentran en cambio con un sistema que no solo no les facilita la estancia, sino que desalienta futuras visitas.
Los testimonios de usuarios descontentos continúan acumulándose, evidenciando que, a pesar de los cambios en la política de combustibles, Cuba aún tiene un largo camino por recorrer en la mejora de su infraestructura turística y administrativa. La pregunta que surge es: ¿Podrá Cuba superar estos desafíos burocráticos para volver a ser un destino turístico de renombre mundial?