Si alguna vez pensaste que la película cubana Lista de Espera era ficción, te invitamos a darte una vuelta por la terminal de ómnibus de Camagüey, donde la secuela no autorizada de ese clásico del cine nacional se representa en vivo, sin cámaras, pero con mucha desesperación.
Allí, decenas de pasajeros se aferran a su equipaje y a la poca fe que les queda mientras esperan —con suerte— que aparezca una guagua, una lista o un milagro. Algunos llevan más de 24 horas varados, protagonizando esta tragicomedia interprovincial donde no hay actores profesionales, pero sí mucho drama real.
Entre cancelaciones fantasmas, retrasos sin explicación y una oferta de transporte que parece salida de una distopía ferroviaria, los viajeros aseguran que “ni en la película se sufrió tanto”. En el filme, los personajes al menos arreglaban el ómnibus y organizaban la vida juntos. Aquí, ni eso: las guaguas no arrancan, los baños no funcionan y la paciencia nacional está fundida.
“Esto no es la lista de espera, esto es la lista de la desesperanza”, dice un hombre con los pies hinchados, esperando desde el día anterior para llegar a La Habana. Y no es el único. Jóvenes, ancianos, madres con niños en brazos, todos comparten el mismo guion absurdo: anotarse en una lista que nadie respeta, preguntar en ventanillas que nadie atiende, y confiar en un sistema de transporte que está en coma, pero sin diagnóstico oficial.
Mientras en la película los personajes se reinventaban y hasta bailaban, en la terminal real la única coreografía es la de la gente corriendo cuando alguien grita que “hay una plaza”, aunque siempre resulta ser un rumor más.
La LC —la famosa lista de espera— ya no es un recurso, es un mito. Un documento que se mueve más lento que una guagua sin motor. “Eso es más simbólico que el escudo nacional”, ironiza un viajero que espera ir a Pinar del Río y ya ha aprendido los nombres de todos los perros callejeros del lugar.
Los trabajadores, sin muchas opciones, intentan calmar ánimos mientras reconocen que hay más demanda que guaguas, más quejas que soluciones, y más problemas que combustible.
Así avanza el remake no oficial de Lista de Espera, pero esta vez sin soundtrack de Edesio Alejandro, sin romance, y con un desenlace incierto. Aquí nadie sale en camión arreglado, nadie se queda por amor, y la única construcción colectiva es el malestar compartido.
Pero eso sí: el realismo es tan crudo, que ni Titón lo hubiera filmado mejor.
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