En medio de una de las peores crisis alimentarias de las últimas décadas, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez dirigió esta semana un discurso que ha generado polémica tanto dentro como fuera de la isla. Desde un estrado oficial, el mandatario reclamó públicamente a los campesinos por, según sus palabras, no aprovechar la tierra disponible para producir alimentos. “Hay mucha tierra que cultivar, hay muchas tierras que poner a producir”, sentenció, en tono firme.
La frase ha circulado ampliamente en redes sociales, pero no tanto por su impacto motivacional, sino por lo que muchos consideran una desconexión con la realidad del campo cubano. Campesinos y economistas consultados coinciden en señalar que el principal obstáculo no es la falta de voluntad, sino un conjunto de barreras burocráticas, escasez crónica de insumos, trabas a la comercialización y un sistema centralizado que ahoga la iniciativa privada.
La contradicción se acentúa cuando, al mismo tiempo que se pide más esfuerzo al campesinado, Díaz-Canel ha sido objeto de duras críticas por su reciente viaje oficial a Rusia, realizado en un contexto de apagones generalizados y escasez de combustible en la isla. Según fuentes no oficiales, el presidente viajó acompañado por una amplia delegación, incluyendo a su esposa –quien no desempeña funciones públicas–, a bordo de una aeronave de alto consumo. Una escena difícil de justificar cuando las gasolineras del país apenas pueden garantizar el suministro básico para ambulancias y transportes escolares.
En redes sociales, usuarios como @mjorgec1994 compartieron el video del discurso presidencial, donde se le escucha admitir que “nunca resolvimos definitivamente el problema de la comida del pueblo”, seguido de llamados a “perfeccionar los sistemas de contratación sin intermediarios”. La declaración ha sido interpretada por muchos como otro intento por reformar lo periférico sin tocar el corazón del problema: un modelo económico que, después de más de 60 años, sigue dependiendo de importaciones masivas y muestra serias limitaciones para garantizar la autosuficiencia alimentaria.
El contraste entre las palabras y los hechos no ha pasado inadvertido. Mientras se insiste en “evitar el malgasto de recursos” por parte de los campesinos, desde el gobierno no se ofrece una estrategia clara que elimine los cuellos de botella en el sector agrícola, ni se avanza hacia una flexibilización real que permita a los productores operar con autonomía, acceso a tecnología, financiamiento y mercados.
“Exigen resultados pero mantienen el mismo sistema que los impide”, escribió un usuario en X (antes Twitter), mientras otro añadía con sarcasmo: “Al parecer el campo también debe funcionar por decreto”.
Cifras recientes confirman que más del 70% de los alimentos consumidos en el país siguen siendo importados, a pesar del potencial agrícola de la isla. Y mientras el discurso oficial apunta hacia la productividad local, el ciudadano común continúa enfrentándose a anaqueles vacíos y precios que se disparan en mercados mayoristas y estatales por igual.
Las declaraciones del presidente, lejos de calmar los ánimos, han reavivado el debate sobre la efectividad y coherencia de las políticas del Estado cubano. En un país donde la tierra abunda, pero producir en ella sigue siendo una odisea, las palabras pronunciadas desde el podio difícilmente logran hacer eco en quienes cada día, bajo el sol, luchan por sembrar algo más que esperanza.
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