Cantante tocando guitarra en escenario iluminado.

Eduardo Antonio conmueve al exilio con canciones de Silvio y Pablo, y responde a críticas por su homenaje musical

En una serie de presentaciones íntimas en cafés de Miami, el cantante cubano Eduardo Antonio, conocido como El Divo de Placetas, ha vuelto a ocupar el centro del escenario con una propuesta artística que ha logrado, al mismo tiempo, emocionar y provocar. El artista, cuya carrera ha estado marcada por un estilo extravagante y una entrega escénica singular, ofreció este fin de semana un espectáculo en el que sorprendió al interpretar temas icónicos de la Nueva Trova cubana: “Ojalá”, de Silvio Rodríguez, y “Para vivir”, de Pablo Milanés.

Las reacciones no se hicieron esperar. Mientras una parte del público celebró con entusiasmo la audacia de Eduardo Antonio al incorporar estas piezas al repertorio —cargadas de simbolismo y con un peso emocional profundo para la comunidad cubana en el exilio—, otros manifestaron su inconformidad. Las críticas no se dirigieron tanto a la calidad de la interpretación, ampliamente reconocida, sino al hecho de rememorar la obra de Silvio Rodríguez, figura asociada por muchos al aparato cultural oficialista de Cuba.

Varios comentarios en redes sociales reprocharon al artista que rindiera tributo a compositores vinculados —en distintos momentos y con diferentes matices— al proyecto político que rige en la isla desde hace más de seis décadas.

Ante la polémica, El Divo de Placetas se pronunció con claridad a través de sus redes sociales. En una publicación en Facebook, defendió su desempeño artístico y reivindicó el valor de la interpretación en vivo:
“Hay que cantar en vivo, hay que tocar instrumentos. Hay que tener buena voz. Con eso ya gané. Y sobre todo en estos tiempos donde casi todo el mundo dobla. Sorry, no es mi culpa. Al que le duela, que tome paracetamol. Bendiciones.”

El mensaje, directo y cargado de ironía, sirvió como respuesta tanto a las críticas técnicas como a las ideológicas, reafirmando su convicción de que el arte debe prevalecer más allá de las etiquetas políticas.

En escena, Eduardo Antonio mostró una vez más su identidad artística irreverente y teatral, con un vestuario deslumbrante, peinados elaborados y una actitud que no esquiva ni el riesgo ni la provocación. La elección de canciones no fue casual: lejos de presentarlas en un tono solemne o militante, las reinterpretó desde el sentimiento, generando un ambiente donde lo colectivo se impuso sobre la controversia.

Entre el aplauso emocionado y la discusión pública, el artista demostró que sigue siendo una figura vigente en el universo cultural cubano, capaz de tender puentes, incomodar zonas de confort y provocar reflexiones en torno a la memoria musical y el papel del arte en tiempos de fractura social.

El episodio deja entrever la complejidad del exilio cubano, donde la cultura sigue siendo territorio de tensiones, pero también de reconciliaciones posibles. Eduardo Antonio, fiel a su esencia, se mueve en ese filo con naturalidad, reafirmando que el arte —cuando es genuino— no necesita permiso para ser libre.

Autor

×