Durante los tensos años del éxodo del Mariel, Cuba vivió uno de los episodios más oscuros de su historia reciente. Las familias que decidían abandonar la isla en busca de libertad eran sometidas a actos de humillación y represión orquestados por el régimen. Las calles se convirtieron en escenarios de odio, donde las multitudes, alentadas por el aparato estatal, rodeaban las casas de los futuros emigrantes lanzándoles piedras, huevos y pintura, mientras gritaban consignas como “¡Escoria!”, “¡Traidores!” y “¡Gusanos!”.
Estas escenas se repetían en todo el país, afectando especialmente a los más vulnerables. Niños expulsados de las escuelas, madres insultadas públicamente y ancianos observando impotentes cómo el esfuerzo de toda una vida era destruido. Las pertenencias de los que partían eran confiscadas, desde muebles hasta electrodomésticos, y su decisión de emigrar era utilizada para desacreditarlos con acusaciones falsas de delincuencia o inmoralidad.
El dolor no terminaba al salir de la isla. A quienes lograban partir se les negó por décadas el derecho a regresar, incluso para despedirse de familiares fallecidos o reencontrarse con sus seres queridos. Este castigo perpetuo convertía su marcha en una traición imperdonable a ojos del régimen, que alimentaba un discurso de odio contra quienes simplemente buscaban una vida digna.
Hoy, en un giro que muchos consideran cínico, el mismo régimen que organizó esos actos de represión y humillación llama a los emigrados a regresar, apelando no a la reconciliación sino a sus recursos económicos. Detrás de esta invitación yace la necesidad de divisas, los dólares ganados con esfuerzo en los países que acogieron a estos emigrantes, ofreciéndoles oportunidades y libertades que Cuba les había negado.
Este testimonio, cargado de dolor y resistencia, resalta la disonancia entre las acciones de un régimen que busca perpetuarse en el poder y la dignidad de quienes, a pesar de haber sufrido tanto, han logrado construir una vida lejos de la opresión. La libertad, la dignidad y los valores de quienes emigraron siguen siendo un recordatorio de que el dolor de una nación no puede ser usado como moneda de cambio para sostener un sistema que se alimenta de la represión y la miseria.
Los ecos de esos años oscuros aún resuenan en la memoria de quienes lo vivieron, como una advertencia de que la reconciliación no puede ser posible sin un reconocimiento pleno del daño causado y una reparación verdadera a quienes pagaron el precio más alto por atreverse a soñar con un futuro mejor.
Fuente: Facebook + Cubanos en Miami 🇨🇺 / Democritus Verita