En medio de una crisis económica y social sin precedentes, el presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, realizó este sábado un recorrido por varios municipios de La Habana, en el marco del aniversario 505 de la ciudad. A pesar de las imágenes de limpieza urbana y restauraciones financiadas por donantes extranjeros, la realidad que enfrenta la mayoría de los cubanos contrasta profundamente con el optimismo que intentó proyectar el mandatario.
Durante su visita, Díaz-Canel supervisó inversiones en el sistema de alcantarillado central, financiadas con fondos españoles, y resaltó los esfuerzos de brigadas juveniles y vecinos para mejorar la higiene en zonas como el Vedado y el Cerro. Sin embargo, estas iniciativas aisladas son incapaces de ocultar la grave situación que vive la capital y el país en general, marcada por apagones constantes, una crisis en el suministro de agua y un deterioro generalizado de los servicios básicos.
La crisis energética: una pesadilla cotidiana
Mientras el presidente hablaba de «curar las heridas» de la ciudad, gran parte de Cuba sufría apagones diarios que duran horas, afectando hogares, hospitales, escuelas y la producción económica. Las promesas del Gobierno de estabilizar el sistema eléctrico han quedado en el aire, mientras la falta de inversión y el colapso de las plantas generadoras mantienen a la población en una lucha constante contra la oscuridad.
En La Habana, aunque los apagones son menos frecuentes que en provincias como Santiago de Cuba o Camagüey, el impacto en la vida diaria es devastador. Sin electricidad, muchas familias no pueden refrigerar alimentos, encender ventiladores en medio del calor sofocante o acceder a agua potable debido a la dependencia de sistemas de bombeo eléctricos. Esto convierte cada día en un desafío para sobrevivir.
La crisis del agua: un recurso básico inalcanzable
El sistema de alcantarillado y suministro de agua, que Díaz-Canel visitó durante su recorrido, está en ruinas. Según explicó el propio Gobierno, los trabajos en el antiguo muelle de Caballería buscan aliviar el colapso del sistema de residuales líquidos en municipios como La Habana Vieja y Centro Habana. Sin embargo, estas inversiones, financiadas por instituciones extranjeras, no solucionan el problema de fondo: la falta de agua potable en numerosas comunidades.
En barrios de La Habana y otras ciudades, el agua llega con horarios irregulares o a través de pipas, y en ocasiones pasa días sin llegar. Este problema afecta tanto a la higiene personal como a la preparación de alimentos, en un contexto donde las enfermedades relacionadas con el agua contaminada son una amenaza creciente. Mientras tanto, el Gobierno anuncia con orgullo proyectos culturales y de restauración que parecen priorizar la apariencia antes que las necesidades básicas de la población.
Un país dependiente de donaciones extranjeras
El recorrido también incluyó una visita al restaurado Palacio Sarrá, en el Malecón, rehabilitado con fondos del Fondo Saudita para el Desarrollo. Este inmueble se destinará a actividades culturales y artísticas, pero el contraste es evidente: mientras se invierten recursos en espacios de «diálogo entre las artes y el diseño», millones de cubanos enfrentan la carencia de alimentos, medicinas y servicios esenciales.
La dependencia de fondos extranjeros para cualquier proyecto de envergadura pone en evidencia la incapacidad del Estado cubano para sostener una economía funcional. Incluso las inversiones en infraestructura básica, como el sistema de alcantarillado, son posibles gracias a donantes internacionales, mientras el Gobierno sigue sin ofrecer un plan claro para resolver las profundas deficiencias estructurales que enfrenta el país.
Un discurso vacío frente a una realidad insostenible
Díaz-Canel afirmó durante su recorrido que “esta ciudad es bella, pero tenemos que ir curándole las heridas”. Sin embargo, esas «heridas» son el resultado directo de décadas de mala gestión, corrupción y falta de visión estratégica. La Habana, como el resto del país, no necesita parches ni jornadas de limpieza simbólicas; necesita soluciones estructurales y un cambio de modelo que permita a los cubanos vivir con dignidad.
La realidad es que los apagones, la falta de agua, la inflación descontrolada y la escasez de alimentos no se resuelven con brigadas juveniles ni con la restauración de edificios históricos. Mientras el Gobierno sigue aferrado a discursos triunfalistas, la población enfrenta una crisis que ha empujado a miles a abandonar el país en busca de un futuro mejor.
¿El futuro de Cuba?
El recorrido de Díaz-Canel por La Habana es un recordatorio de la desconexión entre la cúpula gobernante y la realidad que enfrentan los cubanos a diario. Las promesas de recuperación parecen cada vez más vacías frente a un país que se apaga, literalmente y en sentido figurado. Sin electricidad, sin agua, sin comida y sin esperanza, Cuba enfrenta una de las peores crisis de su historia reciente, mientras el Gobierno sigue ofreciendo soluciones superficiales y discursos llenos de frases vacías.