En la Villa Azul de los Molinos, como se conoce popularmente a la ciudad de Puerto Padre, se encuentra uno de los fenómenos naturales más fascinantes de Cuba: un manantial de agua dulce que emerge directamente desde las orillas del Océano Atlántico, en pleno malecón. Este pocito de agua, conocido por generaciones de residentes y visitantes, ha sido no solo un recurso natural sino también un símbolo del arraigo cultural de la región.
Descubierto en el siglo pasado, la historia del pocito se remonta a anécdotas que forman parte del folclore local. Según la leyenda, fue una vaca, que todas las mañanas se acercaba a beber de sus aguas, la que reveló la presencia del manantial. Otros relatos atribuyen su hallazgo a caprinos que deambulaban por la zona. Lo cierto es que el pocito rápidamente se convirtió en un punto de interés no solo para los residentes de Puerto Padre, sino también para aquellos que transitaban por la región.
Durante años, el pocito mantuvo su estado original: un pequeño orificio en las rocas de la costa por donde brotaba el agua dulce, visible especialmente durante la marea baja. Los niños que jugaban en la orilla del malecón solían refrescarse con el agua que manaba del manantial, dándole un carácter casi mágico al lugar. Era un espacio de recreo, donde la naturaleza brindaba un regalo singular en medio del ambiente costero, una rareza en un país como Cuba, caracterizado por su geografía predominantemente salina en las áreas costeras.
Con el tiempo, el pocito fue objeto de una remodelación que buscaba preservar su importancia y adaptarlo a los nuevos tiempos. En este proceso, se le construyó un molino decorativo, una estructura que pretendía resaltar su relevancia en la ciudad. Sin embargo, esta intervención no estuvo exenta de críticas, pues alteró su aspecto original y, según algunos, disminuyó su encanto natural. El molino, aunque simbólico y ahora considerado un ícono de Puerto Padre, interfirió en el flujo natural del agua, lo que hizo que durante un tiempo el pocito dejara de brotar con la misma intensidad.
A pesar de estos cambios, el pocito de agua dulce de Puerto Padre ha resistido el paso del tiempo. Hoy en día, tras diversas restauraciones, el manantial ha vuelto a ser una atracción para quienes visitan la ciudad. Aunque su entorno ha sido modificado, el agua sigue fluyendo, y el pocito sigue siendo un recordatorio de la estrecha relación entre la naturaleza y los habitantes de Puerto Padre.
Este pequeño pero significativo manantial ha sido motivo de orgullo local. Su singularidad ha llevado a la creación de leyendas que todavía circulan entre los pobladores. Una de las más populares afirma que aquellos que beben de sus aguas siempre regresan a la ciudad, incapaces de alejarse por completo de sus encantos. Aunque estas historias son parte del imaginario colectivo, lo cierto es que el pocito continúa siendo un símbolo de la identidad puertopadrense.
Hoy, el pocito de agua dulce no solo es un atractivo turístico, sino también un emblema de la resiliencia de la ciudad. Su capacidad para perdurar a lo largo de los años, adaptándose a los cambios sin perder su esencia, lo convierte en un sitio único en la geografía cubana. Puerto Padre, con su mezcla de historia, cultura y maravillas naturales, sigue siendo un punto de referencia en el oriente de la isla, donde lo natural y lo cultural se entrelazan de manera inseparable.