“22 horas sin electricidad cada día”: el clamor desesperado de Camagüey en medio del colapso

En Camagüey, como en muchas otras provincias de Cuba, se está viviendo un escenario de agotamiento extremo. No se trata solo de un problema técnico o de una coyuntura pasajera: es una crisis de país, que golpea directamente la cotidianidad de millones. Así lo ha denunciado con crudeza el dramaturgo Freddys Núñez Estenoz, director del Teatro del Viento, quien desde su trinchera cultural ha ofrecido un testimonio desgarrador sobre el drama cotidiano que vive la ciudadanía.

“22 horas sin electricidad cada día”, repite Núñez con insistencia en su carta pública, en la que se entrecruzan la rabia, la tristeza y el cansancio. No hay metáforas suaves: lo que describe es el colapso integral de un sistema que ha dejado de funcionar. Las escuelas siguen abiertas sin agua ni comida, las familias pierden los alimentos por la falta de refrigeración, las colas se eternizan sin que los bancos logren entregar dinero en efectivo, y las plataformas digitales como Transfermóvil y Enzona colapsan sin energía.

Mientras tanto, médicos cocinan en las aceras con carbónniños se acuestan sin comer, y maestros agotadosintentan enseñar sin condiciones mínimas de dignidad. ¿Qué sentido tiene, se pregunta Núñez, seguir fingiendo normalidad en una nación donde el sentido común ha sido sustituido por la resignación?

El texto es un acto de acusación, no contra una ideología, sino contra la ineficiencia, la desconexión del poder con la realidad del pueblo, y el fracaso acumulado de un modelo que se resiste a escuchar a su ciudadanía. Núñez no menciona responsables directos, pero su crítica es transparente: se tomaron decisiones económicas erradas, se impuso un reordenamiento monetario sin sustento técnico, y no existe una estructura capaz de garantizar lo más básico. Todo esto ocurre mientras se alzan edificios como la Torre K en La Habana, símbolo de una burbuja de privilegios y prioridades incomprensibles.

¿Cómo se puede hablar de victoria mientras el país se apaga, literalmente, durante 22 horas al día? ¿Qué lógica sostiene una política que permite la especulación con el pan porque no hay electricidad para producirlo? ¿Quién evalúa la salud de una sociedad donde los ancianos mendigan comida y los jóvenes solo sueñan con irse?

El artista camagüeyano denuncia también la manipulación informativa. Mientras el pueblo lidia con apagones extremos, las notas oficiales celebran redadas contra coleros y operativos de control de precios, como si eso resolviera la raíz del problema. Una población sin acceso a servicios básicos no necesita propaganda, necesita soluciones reales. Y sobre todo, espacios donde opinar, construir y participar sin temor.

«No se alfabetizó a un pueblo para este desastre», recuerda Núñez con una frase cargada de simbolismo. No se luchó, no se sacrificaron generaciones enteras, para terminar así: sin agua, sin luz, sin esperanza. Cuba no merece este presente, y mucho menos un futuro condenado por la inercia y la sordera institucional.

Este testimonio no es una exageración, como él mismo aclara. Es una crónica de la angustia diaria de miles de familias cubanas que han sido empujadas a aceptar lo inaceptable. Si esto no es una emergencia nacional, ¿cómo se le puede llamar?

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